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Un 29 de diciembre de 2017 Nahir Galarza se convertía en asesina

Son las cinco de la mañana en Gualeguaychú. Nahir le dispara a Fernando por la espalda, con el arma reglamentaria 9 milímetros de su padre policía, y él cae fulminado.

Domingo, 29 de diciembre de 2019 09:50

Fernando Pastorizzo no lo sabe, pero no volverá a ver a Nahir Galarza. Ni a nadie más. Para él, el mundo se apagará con su vida, antes del amanecer. Su última imagen es sobre una moto, en una calle de tierra. Y la oscuridad. Y unas casas precarias, en General Paz al 500, donde todos duermen y unos pocos escucharán los tiros.

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Fernando Pastorizzo no lo sabe, pero no volverá a ver a Nahir Galarza. Ni a nadie más. Para él, el mundo se apagará con su vida, antes del amanecer. Su última imagen es sobre una moto, en una calle de tierra. Y la oscuridad. Y unas casas precarias, en General Paz al 500, donde todos duermen y unos pocos escucharán los tiros.

Son las cinco de la mañana en Gualeguaychú. Nahir le dispara por la espalda, con el arma reglamentaria 9 milímetros de su padre policía, y él cae fulminado. Le vuelve a tirar de frente, como si buscara rematarlo, aunque la autopsia comprobará que a Fernando lo mató la primera bala. La que nunca vio llegar. La que no esperaba. Nahir quizás tampoco lo sabe en ese momento, pero con ese acto acaba de convertirse en asesina. Ya nada será igual. Con el tiempo, dirá que en ese momento la mente se le apagó como un televisor.

La madrugada del 29 de diciembre aún sigue cubierta de sombras. Sólo está la versión de la condenada a perpetua, que por entonces tenía 19 años y vivía una relación tóxica con Fernando, de 20. La noche del crimen, según Nahir, no tenía previsto encontrarse con él. Pero se vio obligada a ir a su casa a buscar el cargador del Iphone que ella había olvidado. Lo tenía bloqueado en el WhatsApp, pero lo desbloqueó y él no respondió. Ella estaba en el casino de Gualeguaychú, a dos cuadras de su casa.

A lo de Fernando fue en remís. Se encontraron y él, según lo dicho por Nahir, comenzó a gritarle porque no le atendía el teléfono. Ella le dijo que lo había dejado en su casa. Era la una de la madrugada. Ella dijo que al cargador lo necesitaba porque era el original y uno trucho podía romperle la batería del teléfono. Él le dio el aparato y se ofreció llevarla en moto. En el camino no hablaron y cuando llegaron a la casa de ella, él le pidió si podía entrar para “hablar bien”.

Los últimos encuentros habían sido discusiones. Según él, ella llegó a golpearlo. Según ella, él la arrastró por el piso de los pelos y hasta la espiaba. Nahir, siempre según su relato, lo dejó pasar. Para llegar a su habitación, en la planta baja, tuvieron que cruzar la cocina y el living. “Cuando cruzamos por la cocina él agarró el arma de mi papá, que estaba arriba de la heladera porque al otro día se iba a trabajar, y él empezó a joder con la pistola, a moverla para todos lados. ‘Mirá qué fierro el de tu viejo’, dijo. Entonces me enojé y le dije que era un pelotudo y un enfermo”, declaró Nahir.

Y continuó: “Ese chiste no me gustó para nada. Pero el enojo se me pasó. Él se tranquilizó, yo también. Me convenció para tener sexo en mi cama. Pero luego enfureció. Me dijo lo de siempre, que yo me acostaba con todo el mundo. Y que me había visto en un boliche besando a un chico. Le conté que ese chico era Rafael, que me trataba mejor que él y para que me dejara tranquila le dije que me veía hacía mucho tiempo con él. Se enojó mal. Le dio un ataque de ira y me tiró de los pelos. Yo no quería discutir para no despertar a mis papás. Me empezó a decir un millón de cosas, a insultar. Me dijo que era una depresiva, que era una palabra que me hería y él lo sabía. Me largué a llorar mal. Enfurecido, me agarró de los pelos, me sacó de la habitación y me pidió que me fuera con él: cuando pasamos por la cocina él agarró el arma de nuevo y me apuntó a la panza. Me dijo que yo me iba a ir con él porque yo era de él. También apretó el gatillo del arma y me amenazó: ‘No se te ocurra gritar o salir corriendo’”.

Lo que ocurrió después, fue sobre la moto. Fueron 31 cuadras hechas en siete minutos. Pocos metros después de pasar el centro de la ciudad, Nahir dice que le pidió que la dejara en lo de su abuela. “Fernando sabía dónde quedaba. Agarró para el barrio y empezó a acelerar un montón, como un loco. Era una calle cortada y empecé a gritar". Según Nahir, Fernando manejaba con una mano y con la otra tenía el arma apoyada entre las piernas. “En un momento, se empezó a tambalear la moto, casi nos caímos y ahí tuvo que agarrar la moto con las dos manos, y yo en ese momento me agarré de él y le saqué el arma, y se la saqué solamente, no tengo idea cómo la agarré, y en el momento que se la saqué, él se dio cuenta y frenó la moto. En ese momento, nos caímos los dos para el costado, y enseguida cuando yo me alcanzo a levantar escuché la primera explosión, me quedé aturdida, esos fueron los dos disparos, pero fueron dos segundos nada más, fue todo rápido. No sé cómo describirlo. Se me puso la mente en blanco, no sabía qué hacer. Tenía la mente como apagada. Estaba desesperada y nerviosa. Empecé a temblar, me quedé como sorda, sin saber qué hacer. No sé cómo explicarlo, ojalá pudiera saber cómo hacerlo”, declaró Nahir en el juicio, entre lágrimas. “Fue un accidente. No supe qué hacer. Me pudieron los nervios. No quería que pasara eso. Nunca en mi vida se me había pasado por la cabeza que podía matar a una persona. Ni siquiera por todo el maltrato que me hizo hubiera querido que pase eso. No sabía si quedarme o irme”, agregó.

Después del asesinato, Nahir caminó 20 cuadras y fue captada por una cámara de seguridad, a paso firme, con short de jean corto y musculosa gris. Llegó a su casa y todos dormían. Puso el arma arriba de la heladera y se encerró en su pieza. “Pensé que Fernando no iba a morirse. Porque que estés herido no significa que vas a morir”, confió.

Al otro día declaró que ella lo había matado, que su padre no tenía nada que ver. “Yo le disparé. Lo hice con el arma de mi papá, la cual estaba arriba de la heladera, donde la pone siempre. La saqué sin que él lo supiera. Los dos disparos los hice con esa arma de fuego, luego di la vuelta a la manzana y me fui caminando a mi casa. Dejé el arma en su lugar sin que mi padre se diera cuenta y me fui a acostar”, confesó.

En el acto, según refiere el escrito, Nahir mostró cómo se arma una pistola. Explicó que “se saca primero el seguro y luego se agarra arriba, se tira para atrás y se suelta, y con eso está lista el arma”. Pero dos semanas después cambió la versión y en el juicio hizo lo mismo: juró que todo había sido un accidente y que Fernando había “manoteado” la 9 milímetros.

La versión de la Justicia es otra. Nahir tenía planeado matar a Fernando. Y que ese día se levantó con el plan irreversible en la cabeza. Y que procuró que él la llevara a una zona oscura para asegurarse impunidad. Las pericias balísticas determinaron que es imposible que una 9 milímetros se dispare dos veces por accidente.

Hay algo que los asesinos -confesos o no- cometen al mismo tiempo que el crimen: en su mente se forma una versión de ese acto final que los une a la víctima. Hay quienes olvidan el hecho como si en ese instante se hubiesen matado a sí mismos. Y casos de criminales que no olvidan ningún detalle. Algo está claro: Nahir no quiere hablar del crimen ni de Fernando Pastorizzo. Como algo que quiere borrar definitivamente de su cabeza. Aunque al principio de su detención llegó a soñar con él, que la perseguían con animales y que ella debía refugiarse. Es más, antes del crimen tuvo malos presentimientos y pesadillas. Por momentos, y a partir de lo que le dijo a Infobae en exclusiva hace poco más de un año, Nahir se siente más liberada ahora, después de matar, que antes.

Los días previos al crimen, llegaba a su casa y se tiraba en la cama a llorar. Casi nada la entusiasmaba, salvo el vínculo con su familia. No lo dice, pero es como si el crimen la hubiese liberado o transformado. Convertido en otra Nahir. Muy distinta a la que se levantó aquella mañana del 29 de diciembre de 2017 y se acostó, según ella, sin saber que había matado a sangre fría.