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Un accidente que la dejó sin sus piernas trajo cambios positivos

En el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, El Tribuno conoció la historia de superación de una jujeña. “Debí elegir entre quedarme en cama para esperar morir o salir adelante”. Ocurrió cuando tenía 20 años.
Martes, 03 de diciembre de 2019 01:02

Lo primero que vio la jujeña Carmen Rosa Huanca, cuando abrió los ojos fue un crucifijo ubicado al lado de su cama. La mujer de 56 años, que en ese momento tenía sólo 20, estaba internada y era la primera vez, luego de tres días en coma, que volvía a tener consciencia de sí misma. “Miré la imagen de Jesús y dije, ‘será hasta cuando vos dispongas que vuelva a caminar’”, relató.

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Lo primero que vio la jujeña Carmen Rosa Huanca, cuando abrió los ojos fue un crucifijo ubicado al lado de su cama. La mujer de 56 años, que en ese momento tenía sólo 20, estaba internada y era la primera vez, luego de tres días en coma, que volvía a tener consciencia de sí misma. “Miré la imagen de Jesús y dije, ‘será hasta cuando vos dispongas que vuelva a caminar’”, relató.

Ese desgarrador momento no evitó que sintiera una ola de desesperación y dolor al ver que le habían amputado sus dos piernas, medida que debieron tomar los médicos para salvarle la vida. Lo primero que su cuerpo y pensamiento la empujó a decir es “¿por que a mí?”. Lo que la llevó hasta ahí, fue un terrible accidente de tránsito en Monterrico, ciudad donde vivió con su familia. Le amputaron las dos piernas pero lejos estuvieron de arrancarle la vida. Para Carmen comenzó otra historia, la de superación, esperanza y alegría. Aunque cueste creerlo, dice que la pérdida de sus extremidades, le trajo grandes y positivos cambios a su vida.

Antes de sufrir el accidente, siendo una adolescente, era madre de dos niños, trabajaba en casas de familia y en el campo en la parte tabacalera. Cuánto cambió su vida, dependió de cómo fue enfrentando los desafíos con su discapacidad. “Fue difícil el momento pero debí tomar una decisión, quedarme en cama para esperar morirme o afrontarlo y seguir adelante”, decía al brindarnos unos minutos para compartir su historia, en el Ministerio de Salud, donde trabaja desde hace seis años.

El deseo de una vida normal

La rehabilitación física, que le llevó tres años, un tiempo en la provincia de Buenos Aires, donde intentaría dar sus primeros pasos con piernas ortopédicas, penosamente no logró concretarse, debido a que eran muy pesadas para su cuerpo. Suele suceder que luego de una cirugía de esa clase, es importante cuidar el muñón para reducir la hinchazón, impedir contracturas por flexión de músculos y evitar infecciones.

En el caso de Carmen, tenía una parte de sus muñones (del resto de pierna que logró salvar) una es más corta que la otra y al intentar calzar la prótesis en su cuerpo, le causaba mucha molestia. El deseo de llevar una vida “normal” no pudo ser. Sin embargo ante los retos físicos que se le presentó, puso siempre toda la voluntad para salir adelante. Recuerda que su madre la acompañó en todo momento.

Adaptarse a otro mundo

Durante su internación en el hospital “Pablo Soria”, que duró alrededor de tres meses, el Centro de Rehabilitación “Doctor Vicente Arroyabe” de Perico se comunicó con su familia para que la trasladen a la institución y de esa manera fortalecer su recuperación. Sus padres se negaban a trasladarla, debido a los prejuicios y el “qué dirá la gente” de que los progenitores dejen a una hija en ese estado de salud. “Yo me quería rehabilitar, para afrontar la situación porque sabía que debía adaptarme a un mundo diferente”, cuenta al recordar que después logró la intervención, para recibir ayuda psicológica y física.

Como un “sapo de otro pozo”

Aprender a mirar alrededor de uno y ver que todos somos iguales pero diferentes, no fue difícil para esta mujer. Durante el tiempo de rehabilitación supo que, a comparación de su padecimiento, hubo casos más críticos. Eso la ayudó a que afronte su discapacidad y ayude a los demás. “Tal vez, cuando uno es ‘normal’ no ve a la otra persona que transita en la vida, por la vereda del frente. Algunos ni siquiera te miran y si lo hacen, te observan como si fueras un ‘sapo de otro pozo’”. Al cabo de un tiempo, a sus 24 años y ya fortalecida, decide irse a vivir a la ciudad capital, con su pareja, quien también asistía al centro de rehabilitación de Perico. Luego de unos años, tuvo otros dos hijos. Por diferentes motivos, se separó y encaró la crianza sola pero siempre contando con su ayuda. Salió adelante ofreciendo prendas tejidas y planchaba ropa en casas de familia. No pasó más de nueve años en que apostó nuevamente al amor y se casó por primera vez.

La indiferencia que evadió

Para muchos y hasta para mí, que tuve el honor de entrevistar a Carmen, sabemos que en algún momento, por su discapacidad, sufrió la indiferencia y discriminación. Pero pocos saben que esta jujeña, con el paso del tiempo fue construyendo una coraza que no le permitió caer en ningún momento y afronta la vida con gran optimismo.

Quienes la conocen, siempre la ven en su silla de ruedas trasladándose de un lado a otro, con una sonrisa de oreja a oreja, “siempre tuve el apoyo de mucha gente y de quienes no me conocen. A mis hijos les digo que aprendan a mirar a los demás y sean agradecidos”, contó. Hoy, esta admirable mujer, ejemplo de resiliencia, disfruta del amor de sus hermanos, nietos, su marido y los cuatros pilares de su vida, Marcelo, Natalia, Alejandro y Alicia.

Esta historia lleva a reflexionar que también existen discapacidades que no son físicas ni mentales, sino del corazón, y esa es nuestra tarea como sociedad, que el trabajo de superación no siempre venga de ellos.