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La Independencia y después

Martes, 09 de julio de 2019 11:46

En aquel 9 de julio de 1816, hito de la Declaración de la Independencia de lo que luego sería la República Argentina, los Congresales proclamaron:”los representantes de las Provincias Unidas de Sud América, por voluntad unánime e indubitable (…) rompen los vínculos violentos que las ligaban a los reyes de España”, el 19 de julio, en sesión secreta,  agregan “y de toda otra dominación  extranjera”. El General San Martin desde Cuyo  presionó para ello y en carta les decía “pensemos en grande, si la perdemos, que sea con honor”.

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En aquel 9 de julio de 1816, hito de la Declaración de la Independencia de lo que luego sería la República Argentina, los Congresales proclamaron:”los representantes de las Provincias Unidas de Sud América, por voluntad unánime e indubitable (…) rompen los vínculos violentos que las ligaban a los reyes de España”, el 19 de julio, en sesión secreta,  agregan “y de toda otra dominación  extranjera”. El General San Martin desde Cuyo  presionó para ello y en carta les decía “pensemos en grande, si la perdemos, que sea con honor”.

A 203 años conmemoramos la Gesta como testigos de la tragedia de argentinos que en los últimos quince días murieron de frío y es noticia, para vergüenza nacional,  que en la ciudad de Buenos Aires viven en situación de calle 7251 personas, la cantidad se multiplica en todo el país, ante ello clubes de futbol abrieron sus puertas como refugio y se multiplica la solidaridad para mitigar el drama. Lo escribo como referencia para la pregunta: ¿Cuáles son las causas de fondo que impidieron a la Nación Argentina ser un gran país y lograr la felicidad del pueblo? Responder su complejidad en una breve nota es difícil, no obstante es posible trazar un recorrido. La primera instancia fue la derrota del sector avanzado de los revolucionarios de 1810 como Moreno, Castelli, Monteagudo, San Martín, Belgrano, Artigas, Güemes, y otros, a manos de quienes sólo pretendían la Independencia para el comercio libre, sus miras y objetivos eran estrechos. En esos tiempos en Norteamérica se perfilaba un plan de industrialización y desarrollo capitalista a tono con los cambios de la revolución industrial de fines del siglo XVIII. Al despuntar el siglo XIX enviaron a ingenieros espías para copiar planos de máquinas textiles que los ingleses poseían, años después eligieron como presidente al gran Abraham Lincoln, que decidió terminar con la esclavitud y atraer inmigrantes europeos otorgándoles la propiedad de la tierra, política que permitiría cultivar millones de hectáreas y abrir camino al extraordinario desarrollo capitalista que en treinta años convertiría a EEUU en la primera potencia mundial, a diferencia de la política de inmigrantes y de tierras de las clases dominantes de Argentina, grandes terratenientes y comerciantes, que los hizo arrendatarios,  aparceros o peones de campo. El paso de EEUU a la condición imperialista en el siglo XX es otro tema. Después de casi cincuenta años de luchas internas entre caudillos semi feudales, tuvimos un segundo momento tras la Organización Nacional. En los años 1874 y 1875, se debatió en el Parlamento respecto a si seríamos un país industrial o un país básicamente agro exportador. La posición industrialista fue liderada por el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Carlos Casares, Rufino Varela y Vicente Fidel López, entre otros. Fueron derrotados por los librecambistas cuyo objetivo máximo era vender lana sucia al mundo, burlándose de los proyectos de industrializar lana, así se conformó el país agro exportador, latifundista y dependiente de mercados internacionales, de la inversión de capital externo e importación de insumos que nos caracteriza hasta hoy, variando en el tiempo los productos primarios de exportación. Quienes se beneficiarios con este tipo de país eran oligarcas asociados a potencias de turno, que vivían en la opulencia y el lujo y “tiraban manteca al techo” en París.

La fabricación interna de algunos bienes comenzó por necesidad de sustituir las importaciones de manufacturas que impedían los preparativos y el inicio de la Primera Guerra Mundial, en tanto permanecía incólume el “modelo” agro exportador. Hipólito Irigoyen intentó avanzar explotando petróleo, sin tocar el modelo referido. Fue el general Perón el que llegó más lejos con un proyecto de soberanía nacional, industrialización, avance científico-técnico e independencia económica de potencias mundiales. Su derrota estuvo signada por no resolver a fondo la cuestión agraria y el poder terrateniente-imperialista  consumó el golpe de 1955.

En Argentina permanece la base latifundista y dependiente de su estructura y el fracaso como país no es atribuirle al pueblo, es el fracaso de las clases que hegemonizaron el poder real del Estado, sean latifundistas o monopolistas en la industria, principalmente extranjeros, contando para ello con instrumentos políticos funcionales. En estos días siembran expectativas en el acuerdo Mercosur-Europa, a costa del achicamiento de la escasa  industria nacional. Es esa estructura la que nos ha llevado a la ofensa de contar desocupados por millones, pobres e indigentes, con la mitad de nuestros niños en esas condiciones, con expulsión de decenas de miles de chacareros y campesinos por concentración de la producción y el comercio exterior. La base económica primaria predomina, se trate de lana, carne, trigo, maíz, soja, aceite  o carbonato de litio.

Hoy se harán ceremonias de Estado con alardes de patriotismo, en realidad patrioteros y quienes gobiernan jamás resolverán el atraso y el drama social, por lo cual será la tarea de una segunda y definitiva Independencia que anida objetivamente en los corazones solidarios que hoy asisten a los indigentes y en la lucha de quienes planteamos poner fin  al latifundio y la dependencia.