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Elogio de la autoayuda

Por Antonio Las Heras, doctor en Psicología Social, magíster en Psicoanálisis, filósofo y escritor.

Jueves, 01 de agosto de 2019 01:00

De cuando en cuando se alzan algunas voces para descalificar las técnicas de “autoayuda” basadas en el equívoco de que sólo son pretenciosas formas banales para alcanzar la felicidad permanente y la solución a los problemas de manera fácil. Empero esto no es “autoayuda”.

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De cuando en cuando se alzan algunas voces para descalificar las técnicas de “autoayuda” basadas en el equívoco de que sólo son pretenciosas formas banales para alcanzar la felicidad permanente y la solución a los problemas de manera fácil. Empero esto no es “autoayuda”.

Básicamente todo cambio humano comienza al tomar consciencia de que algo que sucede en uno mismo es desfavorable haciéndose necesario modificarlo. Por lo tanto se trata de una ayuda que el individuo entiende conscientemente que debe otorgarse. Esto es, desde ya, una forma de autoayuda.

En Psicoanálisis, por ejemplo, se hace referencia a una “sensación de asco” que lleva al sujeto a decidir que es irrenunciable hacer modificaciones en su vida. Siente de manera intensa y permanente que no puede continuar viviendo en la manera que lo había estado haciendo. Lo que significa que es él mismo quien decide hacer el cambio; esto es: una autoayuda.

Algo muy diferente y distinto es la creencia de que autoayuda implica encontrar - solo y sin pedir la ayuda adecuada - soluciones para los problemas que lo aquejan. Desde ya que esto no es así. Por lo general toda solución duradera requiere decidirse a hacer un pedido de ayuda. Otros, merced a sus conocimientos y experiencias, permitirán el progreso que se está anhelando y que hemos sentido merecer. Pero aún de este modo, la autoayuda no queda descalificada; ni siquiera dejada a un lado. La perseverancia, el esfuerzo, la dedicación y continuidad que siempre requiere mejorar la calidad de vida implican la concreción de diversos procesos que son “autoayuda”. Es la persona quien hace el esfuerzo. Es la persona quien aplica la perseverancia. No alcanza con que otros lo señalen o propongan. De ser tan fácil, toda la gente cambiaría favorablemente sólo con que se lo hicieran notar. Mas, bien sabemos que no es de ese modo como ocurre. Hay algo que, previamente, tiene que acontecer en la persona misma, a partir de lo cual los cambios se inician haciéndose permeable a las opiniones ajenas. Eso es “autoayuda”.

Obviamente que autoayuda no es un conjunto de técnicas rápidas y fáciles para conseguir los deseos positivos de vida o la felicidad misma. Del mismo modo que la medicina de la obesidad no es una receta para bajar diez kilogramos en una semana sin dejar de comer. Aunque todos hemos leído titulares de este tipo en alguna revista.

La autoayuda es el punto de partida de toda modificación saludable en la conducta humana. Desde ese lugar la autoestima comienza a situarse en el lugar que realmente corresponde a la persona. Ninguno de nosotros es Superman; pero tampoco somos el último orejón del tarro.

Autoayuda no es búsqueda de estados de felicidad sin esfuerzo para lograrlos. Autoayuda es más bien la comprensión de aquellos versos de Vinicius de Moraes que afirman que la felicidad dura lo que una lágrima de amor demora en deslizarse por la mejilla. La felicidad es, entonces, entendida como un estado transitorio al que corresponde que cada uno persiga pero, que como todo bien valioso, no puede ser permanente.

Autoayuda es la certeza de que el hombre está capacitado para resolver exitosamente las dificultades y adversidades con que lo enfrenta la vida cotidiana. Es, si se quiere, como afirman los creyentes, que Dios jamás pone al sujeto ante un desafío que no esté capacitado para resolver.

Autoayuda es, igualmente, comprender que el momento más oscuro de la noche es un instante antes que comience a amanecer. Y este es un acontecimiento imposible de discutir.

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