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La corpachada de agosto en Tres Cruces

Cada momento del ritual se impregna, con el sahumerio de la koa, de gestos que se cargan de significado.
Sabado, 03 de agosto de 2019 01:01

Durante la noche de la víspera, a fuego lento de leña, la carne y el choclo se van transformando en tijtincha. La carne hasta volverse suave, que ya la cortas con la cuchara; el grano de maíz, unido al marlo, estallado como ofrenda de su nutriente. En la mañana se cava el hoyo donde se brindará la ofrenda.

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Durante la noche de la víspera, a fuego lento de leña, la carne y el choclo se van transformando en tijtincha. La carne hasta volverse suave, que ya la cortas con la cuchara; el grano de maíz, unido al marlo, estallado como ofrenda de su nutriente. En la mañana se cava el hoyo donde se brindará la ofrenda.

El sahumado de la koa, suerte de tola que crece silvestre, arisca y perfumada, parece limpiar el día de todo aquello que pudiera enturbiarlo: las cargas que traemos todo el año, los rencores, y se lee la tierra que se excava. Por ejemplo, en Tres Cruces, donde corpachamos este 1 de agosto, la tierra estaba llena de raíces.

LA QUINUA/ UNA DE LAS PRIMERAS OFRENDAS PARA LA PACHAMAMA.

La tierra entramada de raíces, como un tejido, se acumula contra el borde del pocito. Sobre la tierra, como brotes plantados que auguran, cigarrillos encendidos que consumirá la respiración del viento, esa otra presencia constante de agosto. Las ofrendas están en torno al pozo de la pachamama como un gallo que muestra orgulloso el colorido de su plumaje.

De a dos, cubiertas las espaldas por un solo poncho, los ofertantes limpian sus manos con alcohol para sanarse. Luego la quinua, que es riqueza, la coca y las bebidas que vierten en el sentido en que camina el sol, murmurando el significado que tuviera cada una: la chicha como herencia de saberes, la gaseosa como dulzura que alegra, el licor que disipa penas, el vino que es la sangre.

CIGARRILLOS/ LOS ENCIENDEN Y DEPOSITAN ALREDEDOR DEL POZO.

El papel picado enflora, antes del brindis con la tierra y con los presentes, los cabellos para que la alegría siga acompañando a la gente con el constante andar del sol, con la continuidad de este andar del calendario que nos llevará, pronto, al regreso de las almas en noviembre, al pesebre luego, a los carnavales luego. Pasa la próxima pareja a corpachar.

La generosidad de los anfitriones logra que el hoyo desborde agradecido. Como si fuera una medida justa, no desborda sino que alcanza su capacidad sin desparramarse. Los dueños de casa, para quienes siempre hay una copla de halago, se encargan de ofertar la tijtincha para agradecerle a la Pacha.

ABUNDANTE PAPEL PICADO/ ENFLORADO DE ALEGRÍA.

Los invitados comparten el almuerzo ya cumplido el ritual. El mismo almuerzo, el compartir, el reír en conjunto, el chiste y el brindis son parte esencial de la corpachada. Vendrán las coplas, vendrá la chaya de algún vehículo nuevo, y la tarde se hunde en la continuidad del tiempo: el 1 fue de un sol acogedor, el 2 de agosto despertó con nubes frías. No es esto una receta, cada familia hereda su modo de ofertar a la Madre Tierra y el invitado, junto a la hospitalidad, acepta ese modo con respeto. En cada casa hay cosas que son distintas, en cada hogar hay detalles diferentes que resaltan la identidad que brota como esencia, y habrá invitaciones durante todo el mes para ir mejorando ese respetar la diversidad hasta colmar agosto con ofrendas.

 

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