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Quien quiera oír...

Jueves, 01 de octubre de 2020 01:01

Fueron miles. Decenas de miles. Mayoritariamente adolescentes. Mayoritariamente mujeres. Pero también muchachos, miembros de los colectivos Lgbt, y también personas mayores, madres con los niños en brazos, ancianos, militantes de agrupaciones sociales y de género. También algunos políticos, muy pocos, con presencia discreta y serena. No se recuerda en Jujuy una manifestación tan multitudinaria y contundente por un tema tan doloroso como las muertes ocasionadas por femicidios y las ausencias inexplicadas. El disparador fueron las recientes muertes de Iara, Cesia, Roxana, y la desaparición aún irresuelta de Gabriela. Pero en los carteles y pancartas que la muchedumbre sostenía en alto, aparecieron más nombres, dolores de antigua data, marcas en la piel de la sociedad, dolores permanentes que no se borrarán jamás. Entonces, debemos aceptar que más allá de las muertes y las desapariciones, también actuaron como disparadores el hartazgo, el dolor, la incomprensión.

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Fueron miles. Decenas de miles. Mayoritariamente adolescentes. Mayoritariamente mujeres. Pero también muchachos, miembros de los colectivos Lgbt, y también personas mayores, madres con los niños en brazos, ancianos, militantes de agrupaciones sociales y de género. También algunos políticos, muy pocos, con presencia discreta y serena. No se recuerda en Jujuy una manifestación tan multitudinaria y contundente por un tema tan doloroso como las muertes ocasionadas por femicidios y las ausencias inexplicadas. El disparador fueron las recientes muertes de Iara, Cesia, Roxana, y la desaparición aún irresuelta de Gabriela. Pero en los carteles y pancartas que la muchedumbre sostenía en alto, aparecieron más nombres, dolores de antigua data, marcas en la piel de la sociedad, dolores permanentes que no se borrarán jamás. Entonces, debemos aceptar que más allá de las muertes y las desapariciones, también actuaron como disparadores el hartazgo, el dolor, la incomprensión.

Era simple: denunciar la desaprensión, la falta de empatía de unos, el desinterés de muchos, la angustia que generan las zonas oscuras de un estado superado por el drama. La desazón de los que esperaban -al menos- un pésame y un acompañamiento compasivo que nunca llegó de quien debía llegar. Por eso la búsqueda estruendosa de una respuesta, de la posibilidad de lograr -aunque más no sea- el magro y único consuelo de la Justicia terrenal. A los que perdieron de manera tan lacerante a sus seres queridos, no les sirven las explicaciones a destiempo, ni les alcanzan los intentos de justificar lo injustificable. Tampoco los ayudará saber que se crearán comisiones a futuro, si es que antes no se reconocen responsables de lo ya pasado. Responsables, no culpables. Las culpas quizás debamos repartirlas entre todos los que transitamos por una sociedad enferma, desorientada y triste.

Ayer, Jujuy gritó. Gritó de angustia, de impotencia, de rabia. Sobre algunos edificios públicos y sobre las rejas de un palacio de gobierno clausurado y vacío, quedaron testimonios del dolor que atraviesa el corazón de los jujeños. No fue más que eso. Una expresión de la bronca que no se dejó maniobrar políticamente. Quien quiera oír, que oiga. Quien deba oír, que oiga.