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Laberintos Humanos: Submarino amarillo

Domingo, 11 de octubre de 2020 23:41

Cierta vez, caminando solas por la costanera de Tilcara, Blanca le preguntó a Aurelia de dónde le venía ese don de describir la música de tal forma que daba la sensación de estarla escuchando. No sé si lo aprendí con mi primer novio o se enamoró de mí por ser así, le respondió, pero lo supe junto a él.

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Cierta vez, caminando solas por la costanera de Tilcara, Blanca le preguntó a Aurelia de dónde le venía ese don de describir la música de tal forma que daba la sensación de estarla escuchando. No sé si lo aprendí con mi primer novio o se enamoró de mí por ser así, le respondió, pero lo supe junto a él.

Era muy joven cuando trabajaba en una casa de familia, le dijo. Ellos eran tucumanos y bastante adinerados, yo era catamarqueña y de hogar humilde, y ellos tenían una casa de fin de semana en un pueblito serrano de mi provincia natal. Allí me contrataron por primera vez y les caí bien a todos, pero sobre todo a una hija de ellos que tenía mi misma edad. Se llamaba Luisa y amaba a los Beatles como lo hacían casi todos los adolescentes de aquellos años.

Para mí los Beatles eran un nombre, no una pasión, así que aprendí con Luisa todo lo que era necesario saber: los nombres de esos cuatro flequilludos que sonreían en los posters de su habitación, los instrumentos de cada uno, las canciones de cada long play. Medio como parte de mi trabajo en la casa, le contó Aurelia a Blanca, tuve que volverme beatlemaníaca, y la verdad es que no fue la peor parte de mis obligaciones porque, las otras, eran limpiar baños y cocina, planchar ropa, aguantar los lances de su padre y escuchar las telenovelas desde la otra habitación, porque la televisión era privilegio de los patrones. Luisa me traducía las letras de las canciones y yo volaba como en un sueño, imaginándome en un campo de frutillas o viajando en un submarino amarillo.