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Laberintos Humanos: Noche cerrada

Lunes, 26 de octubre de 2020 01:02

Ya era noche cerrada y el comisario Pierro miraba impaciente su reloj. Bautisto Solón callaba, sentado en el sillón y tratando de deducir algo con los pocos datos que tenía: ni Blanca ni Aurelia regresaron de ese paseo por el río al que salieron temprano en la tarde. Pierro mandó a algunos subordinados a echar un vistazo, pero regresaron sin noticias.

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Ya era noche cerrada y el comisario Pierro miraba impaciente su reloj. Bautisto Solón callaba, sentado en el sillón y tratando de deducir algo con los pocos datos que tenía: ni Blanca ni Aurelia regresaron de ese paseo por el río al que salieron temprano en la tarde. Pierro mandó a algunos subordinados a echar un vistazo, pero regresaron sin noticias.

Serían las diez cuando probó que la linterna anduviera bien, se la puso en el bolsillo del sobretodo y nos dijo que podíamos acompañarlo los que quisiéramos, pero que él no se quedaría de brazos cruzados. Bajamos con Pierre Donadou y el padrecito, Solón y Pierro por la calle del mercado hasta la ermita por la que se cruza hacia el mojón de los Caprichosos.

No se veía más que lo que alumbraba la linterna del comisario, que en tanta noche sin luna era harta luz y que acaso llegara medianamente lejos, pero deformándolo todo con ese juego de sombras que se movían con nuestros pasos. Caminamos rápido, por instinto rumbo al norte, pero no nos era posible hacerlo más para no caer en los arroyos que surcaban la playa.

A Blanca y Aurelia parecía habérselas tragado la misma tierra, no había ruidos ni señales, pero ya llegando a Cerro Chico hubo uno de esos indicios que son imposibles de describir: acaso un silencio mayor, tal vez un hedor, quien sabe. Nos detuvimos, y escuchamos el gruñir leve de lo que parecía ser un perro al acecho.

Podía tratarse de uno de esos guardianes que no contaban con nuestra presencia nocturna, pero Pierro desenfundó el arma reglamentaria.

 

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