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Erdogan - Covid ¿quién gana con el ataque a Niza?

Domingo, 01 de noviembre de 2020 01:03

Por Mookie Tenembaum, es analista internacional, autor de Desilusionismo, Ed. Planeta

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Por Mookie Tenembaum, es analista internacional, autor de Desilusionismo, Ed. Planeta

El presidente turco Recep Tayyip Erdogan es el máximo defensor de Mahoma en el mundo islámico, su sobrerreacción ante "bribones que atacan a mi profeta" lo colocó nuevamente como el hombre del momento en Medio Oriente.

Esto es un logro más notable cuando se toma en cuenta que su país reconoce unos 370.000 casos de coronavirus y unas 10.000 muertes. Turquía es tercero en su región en cantidad de casos, después de Irán e Irak-ambos complicados por gobiernos virtualmente paralizados ante el virus.

Además de criticar a Emmanuel Macron ante el duelo nacional por Samuel Paty, el profesor francés decapitado por un fundamentalista, también intercambia insultos con Arabia, Israel, Grecia y otros vecinos.

Tampoco escatima esfuerzos bélicos, ya que apoya el avance de Azerbaiyán en el enclave de Nagorno-

Karabaj con una intervención directa en defensa del estado musulmán enfrentado con el cristiano. La guerra santa es una épica de primera calidad para un líder musulmán en Medio Oriente. Esa retórica potencia a los "lobos solitarios" que creen que ganarán el cielo y decenas de mujeres si cometen hechos graves como los de Niza, París y tantas otras coberturas especiales. Sin embargo, el juego político por esos ataques sucede a miles de kilómetros de donde están la atención mundial.

El relato de este eterno conflicto con el mal, además de generar esos ataques, es una ilusión con siglos de recursividad en el mundo musulmán y conlleva una pesada carga que distrae del problema real del presidente turco, entre otros líderes mundiales.

El ímpetu de esta segunda oleada de Covid-19 en Turquía corroe al gobierno sin piedad y la popularidad del hombre fuerte está en mínimos históricos. Y ante la emergencia, hay que romper el vidrio: la ilusión del estado hecha trizas por la incompetencia se ve fortalecida con un relato de guerra y de la necesidad de un hombre y un gobierno enérgico para defender al turco de a pie.

Si bien la renovada belicosidad de Erdogan es reciente y todavía no hubo tiempo para ver su resultado en las encuestas, éste es un juego peligroso.

En cuanto Azerbaiyán y Turquía anuncien la victoria de los fieles musulmanes sobre los apóstatas cristianos, el histórico aliado armenio deberá intervenir en su vecindad.

Rusia no puede permitir el ridículo en el Cáucaso, ya que inestabilidades en la región impactan en casa. Moscú opera una base militar allí, lo que duplica las apuestas y el riesgo en el Kremlin. Vladimir Putin y Erdogan son "eneamigos". Comparten su rechazo a los valores occidentales y la democracia, pero luchan por influencia en el Mediterráneo oriental y el mundo musulmán.

En Siria hay líneas que los enfrentan aunque fue posible encapsular ese conflicto y mantenerlo fuera de la agenda internacional.

En el enclave de Nagorno el equilibrio diplomático no será el mismo. El conflicto que se viene entre Rusia y Turquía en el Cáucaso es ilustrativo de la próxima etapa de guerras: ante el derrumbe de la ilusión de que "el estado" puede defender al ciudadano de cualquier cosa, incluyendo un virus invisible, ahora hay que inventar un enemigo bien concreto, encarnado en uniformados en la frontera. Es por esto que el mundo se dirige a una etapa de extrema inestabilidad política con niveles cada vez más altos de violencia interna e internacional.

 

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