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Laberintos Humanos: Esperando el frescor

Domingo, 29 de noviembre de 2020 01:02

La aventura de Perla no iba a ser sencilla porque era a la vez personaje y lectora de los Laberintos Humanos, y ya de movida nos contó que estaba leyendo esta columna, como lo hacía todos los días, cuando se vio sentada en un banco de la plaza. Allí estaba, como tantas tardes a la espera de que el fresco del viento la consuele del calor, cuando sintió que la nombrábamos.

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La aventura de Perla no iba a ser sencilla porque era a la vez personaje y lectora de los Laberintos Humanos, y ya de movida nos contó que estaba leyendo esta columna, como lo hacía todos los días, cuando se vio sentada en un banco de la plaza. Allí estaba, como tantas tardes a la espera de que el fresco del viento la consuele del calor, cuando sintió que la nombrábamos.

Eso, que ya de por sí era extraño, se le resaltó con un comentario que yo hice sin saber que me estaba leyendo: puse que era bella pero ponía demasiada distancia como para que uno se le acercara. De ese carácter distante ya tenía conocimiento y se enorgullecía de ello, de su belleza fue la primera noticia que tuvo. Me sorprendió, porque lo era, y pensé en qué cosas debió haber pasado una mujer para ignorarlo. Se lo repetiría el espejo cada mañana, pero hay cosas que no vemos aunque se planten a los gritos ante nuestros propios ojos. No iba a ser el primer caso, pero no pensé tanto en ello sino en algún dicho que recordaba de mi abuela.

No hablaba de la belleza de las mujeres, sino de las mujeres que se saben bellas. Solía poner cara de asco y agregar que terminaban siendo demasiado vanidosas. No sé si será cierto, la vida me enfrentó a damas muy bonitas, conscientes de sus dotes naturales y a la vez humildes, hasta conocí aquellas que se avergonzaban de su belleza.

El ser humano es un bicho extraño, y no lo digo por Perla, que me debe estar leyendo, sino por todos nosotros. Extraños pero irremplazables, sobre todo las mujeres.

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