Perla me aseguraba que nada sería lo mismo en su vida desde que leyó en estos Laberintos que era bella y distante. Hoy mismo, me dijo, no puedo comprender cómo no vi hasta ese momento mi propia belleza, y no es que me creyera fea. Creo que ustedes me entienden, dijo mirando a la mesa junto a la que todos la escuchábamos atentos.
inicia sesión o regístrate.
Perla me aseguraba que nada sería lo mismo en su vida desde que leyó en estos Laberintos que era bella y distante. Hoy mismo, me dijo, no puedo comprender cómo no vi hasta ese momento mi propia belleza, y no es que me creyera fea. Creo que ustedes me entienden, dijo mirando a la mesa junto a la que todos la escuchábamos atentos.
Nos han hecho creer que quien no es bello es feo, explicó bajando los ojos con coquetería, pero ese es un pensamiento equivocado. Parecía estar estirando las palabras porque le faltaba alguna para decir lo que quería, y al fin lo confesó diciendo que me cuesta definir qué es ser bello y que es ser feo, dijo, pero estoy segura que no se ve feo aquel que no se ve bello.
Yo la verdad es que me miraba y no me interesaba cómo me veía. Me miraba nomás en el reflejo del espejo y no me hallaba gracia ni interés, ese es el punto. No pensaba que le pudiera interesar a alguien, no es que creyera que a alguien le molestara verme, y ese creo que es el tema, concluyó con una sonrisa: la belleza es brillar y lo contrario no es la fealdad, sino lo opaco.
La escuchábamos asombrados porque ese rosario de razones que la sacaron de su confusión, parecía ser otro de los atributos de ese brillo de que hablaba. Perla, alzando un poco las pupilas como si lo leyera en la pared, nos dijo que la gente bella no sólo tiene lindas pestañas y pómulos, muslos y hombros, sino también palabras y pensamientos.
Yo diría, dijo el padrecito, que la belleza que se ve brota de aquella otra que brilla en nuestro interior.