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Muertes jóvenes y desigualdades en América Latina

Viernes, 20 de marzo de 2020 01:01

Por MELINA VÁZQUEZ Y FLORENCIA GENTILE, sociólogas.

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Por MELINA VÁZQUEZ Y FLORENCIA GENTILE, sociólogas.

Las muertes violentas no son azarosas ni se distribuyen del mismo modo entre la población. ¿De qué depende, entonces, quién muere?, retomando la canción “Pistolas” de Los piojos, la muerte ¿es una cuestión de suerte? Veamos.

El término femicidio designa una forma particular de muerte: asesinatos violentos de mujeres asociados a razones de género. Esta noción se incorporó al vocabulario cotidiano, a la vez que produjo modificaciones concretas en el código penal. Desde el ámbito académico se crea un término equivalente para nombrar la producción sistemática y silenciosa de asesinatos de jóvenes en América Latina: juvenicidio.

Los términos de ambos fenómenos sociales ponen de manifiesto relaciones desiguales de poder a partir de las cuales se elaboran identidades desacreditadas. En el juvenicidio, además, el Estado adquiere centralidad para comprender esas muertes. Fuerzas de seguridad e instituciones públicas participan de formas de violencia y represión (por acción directa o por omisión) hacia jóvenes con identidades desacreditadas por distanciarse de las expectativas en relación con su edad, género y clase social (quienes participan en protestas sociales, expresan públicamente sexualidades no hegemónicas y se besan en una estación; usan ropa deportiva y son criminalizados por su apariencia o participan de espacios nocturnos juveniles, como boliches). Hechos recientes con repercusión mediática dieron visibilidad a jóvenes protagonizando escenas de violencia como sujetos y como objeto de violencias, como los rugbiers de Villa Gesell o los asesinatos masivos en Rosario.

Los acontecimientos son tratados como casos policiales o de inseguridad; se hacen coberturas basadas en la espectacularización y el morbo; se construye un sentido común que –previo a todo proceso judicial– sentencia la culpabilidad de les jóvenes y se construye un imaginario sobre la creciente violencia juvenil. Cuando las violencias se inscriben en el sujeto-joven-típicamenteviolento, asociado a la condición de clase popular criminalizada, son interpretados como “problemas de minoridad”; mientras que cuando son ejercidas por jóvenes que se inscriben por fuera de esas figuras (por ejemplo, por pertenecer a otra clase social) se apela a figuras de lo no-humano y de lo no racional: animales o monstruos. Estudios históricos sobre infancias muestran que la ternura hacia los niños dista de ser un sentimiento natural. En el medioevo son considerados adultos en miniatura y no existe una sensibilidad particular, asociada al afecto, al juego o al cuidado.

Del mismo modo, sobre las juventudes también cambian las valoraciones de las que son objeto. En el contexto actual se naturalizan algunas muertes, como las que nutren día a día la producción de juvenicidios; otras se vuelven intolerables (los casos de femicidio) y hay asesinatos que se espectacularizan justamente por desmarcarse de las muertes “esperables”. El carácter variable de esa sensibilidad social se manifiesta en las fronteras que separan lo aceptable de lo inaceptable, dependiendo del caso. Las interpretaciones sociales de las muertes jóvenes están atravesadas por lógicas del merecimiento: quién merece qué y por qué.

Así, nos conmovemos con un joven asesinado en una ciudad balnearia pero no nos inmutamos frente a linchamientos de jóvenes por robar un celular o adherimos al deseo de que los jóvenes rugbiers sean molidos a palos en la prisión. Por no mencionar los argumentos que surgen en contextos de debate sobre la baja de la edad de punibilidad. Este texto es una invitación a expandir las fronteras de esas sensibilidades sociales, como en su momento sucedió con las infancias. Para ello es preciso develar las condiciones sociológicas de posibilidad de asesinatos sistemáticos de jóvenes que hacen que la muerte no sea una mera cuestión de suerte, como también las razones por las cuales buena parte de aquellos permanece en el espectro de lo tolerable.