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La fe se expresó en silencio en la intimidad de los hogares

Con los templos vacíos, cada sacerdote celebró el Triduo Pascual.
Domingo, 12 de abril de 2020 01:03

Las celebraciones del Triduo Pascual fueron otra herida silenciosa que dejó esta pandemia. Ver, desde la Plaza del Vaticano hasta el templo más pequeño, vacíos a causa de la cuarentena, desconcertó y lastimó hasta las fibras más íntimas de la gran feligresía católica, que desde tiempos inmemoriales, palpita con tanta devoción estas fechas. Este sentimiento se vio traducido en la desesperación a causa de esta desgracia que sufre la humanidad, en ese imperioso deseo de salir de las casas y llegar a las iglesias a rezar y no poder hacerlo y en la urgente necesidad de regresar a la oración, a la plegaria elevada a Dios en busca de ayuda, pero esta vez, desde cada hogar, junto a cada familia.

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Las celebraciones del Triduo Pascual fueron otra herida silenciosa que dejó esta pandemia. Ver, desde la Plaza del Vaticano hasta el templo más pequeño, vacíos a causa de la cuarentena, desconcertó y lastimó hasta las fibras más íntimas de la gran feligresía católica, que desde tiempos inmemoriales, palpita con tanta devoción estas fechas. Este sentimiento se vio traducido en la desesperación a causa de esta desgracia que sufre la humanidad, en ese imperioso deseo de salir de las casas y llegar a las iglesias a rezar y no poder hacerlo y en la urgente necesidad de regresar a la oración, a la plegaria elevada a Dios en busca de ayuda, pero esta vez, desde cada hogar, junto a cada familia.

 

"Dios vino a darnos fuerza para sobrellevar estos momentos y nos invita a mirar la cruz", dijo el padre Héctor Martínez.

 

Justamente, en estas celebraciones, las calles se vestían con ese colorido de tantas presencias que llegaban hasta los templos, los asiduos practicantes y aquellos que impulsados por esa vena familiar de una tradición, elegían este tiempo para reencontrarse con su fe, olvidada, escondida, pero finalmente viva. Pero en estos días no pudieron hacerlo porque todos estamos en casa. Con esta vivencia, de pronto, los signos de estos tiempos litúrgicos se hicieron tan reales, palpables y valiosos. Las velas, el agua, el pan, la cruz, la oración contemplativa y el mismo silencio.

Y qué benditos los medios de comunicación, que en este tiempo de profunda expresión de fe, se convirtieron en "cirineos" de este tiempo, que ayudaron a saciar el hambre de Dios por medio de las imágenes, de los audios, de las transmisiones. Qué benditos los sacerdotes, que acercaron los dones de la palabra santa y los sacramentos que fueron contemplados desde una pantalla. Ambos, sacerdotes y trabajadores de los medios de comunicación, sumaron su labor silenciosa para que el mundo, para que cada comunidad, para que cada familia pueda avivar la fe en un Dios que en estos días santos, se multiplicó desde ese amor hasta incomprensible por la humanidad, a tantos corazones.

Pero, aunque las grandes iglesias estuvieron vacías, los templos pequeños silenciosos, esa iglesia viva en cada hogar, permanecieron y aún permanecen orantes, elevando como incienso, esa plegaria que seguramente, llegará hasta Dios.

Sin lugar a dudas, fue especial y singular esta Semana Santa, tal como lo fueron cada una de las estampas, reflejadas en este tiempo de pandemia, entre ellas, el don del sacerdocio en el rostro de nuestro Papa Francisco y el de cada querido cura que desde su templo apeló a su ingenio para que la gente pudiera participar de este tiempo. También el valor del pan y de los sacramentos, el mandamiento del amor que se traduce en el servicio de cada médico o enfermera que ponen el cuerpo y el alma para cuidar y salvar vidas en el mundo, reeditando el Jueves Santo. Y el Viernes Santo, fue representado por la condena de esta pandemia que ataca al mundo entero, el Vía Crucis no fue otro que esta enfermedad que nos tiene prisioneros, los azotes y la flagelación de tantos enfermos en el mundo, el dolor de la crucifixión en cada muerto por esta enfermedad y los dolores de María, en el llanto de cada madre, de cada abuela, de cada hija, de cada esposa que perdió a un ser querido.

Así se vivió esta Semana Santa en este verde solar jujeño, San Pedro de Jujuy, fue tan propia, tan nuestra, tan real, pero en cada corazón palpita la esperanza de que llegarán los días en los que la piedra de esta pandemia sea corrida y permita ver la luz del Resucitado.

Celebraciones

En todos los templos del departamento, reinó el silencio, los bancos vacíos, en la capilla Nuestra Señora de Fátima, el padre Héctor Martínez estuvo acompañado por el seminarista Emanuel Ortega y dos jóvenes del Ministerio de Música. También estuvieron presentes trabajadores de los medios.