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Laberintos humanos: Jeques africanos

Sabado, 18 de abril de 2020 01:00

Pierre Donadou Quispe nos empezó a hablar de sus antepasados, que fueron poderosos jeques del norte africano. Eso le venía del primer apellido, el materno, que el segundo era Quispe, pero además nos había recordado que no somos más que personajes de estos cuentos, por lo que todo era posible. Cierta vez mi tatarabuelo, dijo, vio como las langostas arrasaban los trigales. No es que haya muchas plantaciones en esa zona desértica, y acaso sea por eso mismo que allí fueran más valiosos, así que ordenó a su consejo de sabios que le dieran soluciones contra la terrible plaga.

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Pierre Donadou Quispe nos empezó a hablar de sus antepasados, que fueron poderosos jeques del norte africano. Eso le venía del primer apellido, el materno, que el segundo era Quispe, pero además nos había recordado que no somos más que personajes de estos cuentos, por lo que todo era posible. Cierta vez mi tatarabuelo, dijo, vio como las langostas arrasaban los trigales. No es que haya muchas plantaciones en esa zona desértica, y acaso sea por eso mismo que allí fueran más valiosos, así que ordenó a su consejo de sabios que le dieran soluciones contra la terrible plaga.

Uno tras otros, los sabios pasaron con sus recetas. Uno le habló de cierta planta que, mezclada con cierta arena y arrojada a los vientos, sería una eficaz insecticida, pero no lo convenció. Tampoco aquel que sugería salir a zapatear entre los sembrados, de modo de espantar a las langostas con el ruido, ni el tercero de los sabios, que le recomendó no preocuparse. Así como vienen, le dijo este, las langostas se irán. Las langostas son como todas las cosas de este mundo y se rigen por las mismas leyes, dijo pero mi tatarabuelo, nos siguió contando Pierre Donadou Quispe en su audio, supuso que este hombre sabía muy poco de las leyes del mundo como para que su solución sea la correcta.

Entonces fue que un niño muy flaco, descalzo y harapiento se arrodilló delante del trono del jeque y le pidió permiso para darle la solución al problema de las langostas. Su palabra sonaba a descaro entre tanto astrólogo y médico, pero el jeque quiso escucharlo.

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