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Ángel guardián

Jueves, 02 de abril de 2020 01:00

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La periqueña que quería volar (cuento que te dedico, Jazmín, aunque no te conozca más que por tus mensajes), era una jovencita a quienes sus padres cuidaban mucho desde niña.

La cuidaban mucho por cierta dolencia que tenía, y ella estaba segura que su ángel guardián también la cuidaba. Acaso sea por esa amistad con un ángel que le vinieron las ganas de volar. Los ángeles tienen eso que llama la atención a primera vista: sus dos alas. No todos tiene alas, yo, por ejemplo, no tengo ninguna, salvo las de mi imaginación. Cierto que con mi imaginación he podido llegar a lugares maravillosos.

Uno de esos lugares a los que pude llegar es a este: el de escribir los Laberintos Humanos, ya casi cuatro mil quinientas mañanas contando cuentos. A veces lo pienso y me parecen demasiados, pero a veces pienso que lo hago por no saber hacer otra cosa mejor. Nadie, por lo general, está del todo conforme con su destino.

Quien tiene rulos hubiera preferido tener los cabellos lacios, quien es hábil al fútbol piensa en lo bueno que hubiera sido aprender a tocar la guitarra. Muchos se pasan la vida esperando que eso distinto ocurra, pero la gente más feliz es la que aprende a disfrutar lo que sabe hacer, y a mí me gusta mi trabajo. Pero no iba a hablar de mí (que egoísta me pongo a veces) sino de la periqueña que quería volar, que es el cuento que debiera estarles contado.

¿Por qué querría hacerlo si podía caminar? ¿Por qué volar y no nadar o cantar? Será porque Perico está tan cerca del aeropuerto, pienso yo, será por eso.

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