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Laberintos humanos: nombrando flores

Martes, 21 de abril de 2020 15:16

Blanca nos hablaba de su tía Marca (no hace falta repetir que lo hacía con un mensaje de audio, dada la cuarentena), de sus dulces de tantos sabores y de las flores de su jardín, que para la tía eran un tesoro aún más apreciable. Había rosales, claveles, pero ella los llamaba de otro modo.

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Blanca nos hablaba de su tía Marca (no hace falta repetir que lo hacía con un mensaje de audio, dada la cuarentena), de sus dulces de tantos sabores y de las flores de su jardín, que para la tía eran un tesoro aún más apreciable. Había rosales, claveles, pero ella los llamaba de otro modo.

Es lógico, nos dijo Blanca como si lo fuera. Si una tiene un perro, no lo llama perro, y menos a una persona: ¿quién entra a la casa de un vecino y le pregunta: cómo anda usted, Persona? Por eso, las flores de la tía Marca no se llamaban ni gladiolos ni jazmines, sino con nombres que eran sólo de ellos.

La tía tenía la idea de que sus flores la escuchaban saludarlas, así que al abrir las puertas que daban al jardín mencionaba uno a uno sus nombres, y a cada uno le dirigía una sonrisa especial. Nos contaba entones sobre las características de cada una: cual era más bien tristona, cual era graciosa o tímida o estudiosa, y podría asegurarles, nos dijo Blanca, que era tal cual se veían.

Yo no sé si nos fuimos acostumbrando de niños a verlas así, no sé si de haber visto aquella de pétalos blancos me hubiera dado cuenta sola que era coqueta, o que aquella de rojo era más bien apasionada. Pero con la tía Marca aprendía ver a cada flor como a un igual, y es el día de hoy que, aunque no soy jardinera, dijo Blanca, soy respetuosa de las flores.

Nada de andarlas ofendiendo, nada de hablar mal a sus espaldas, dijo, nada de hacerles creer que no me interesan, pero lo cierto es que la tía les había puesto nombres bien extraños.

 

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