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Laberintos humanos: Gritarle al sol

Viernes, 15 de mayo de 2020 01:02

El abuelo me había contado como San Jorge, al vencer al dragón, lo había entregado amarrado a la princesa. Y me dijo que la princesa, cuando llegó de regreso al palacio, lo vio ya pequeño, bípedo y emplumado, lo vio saltar sobre el techo de su hogar y, desde esa mañana en adelante, su bravura quedó reducida a gritarle al sol cuando amanece.

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El abuelo me había contado como San Jorge, al vencer al dragón, lo había entregado amarrado a la princesa. Y me dijo que la princesa, cuando llegó de regreso al palacio, lo vio ya pequeño, bípedo y emplumado, lo vio saltar sobre el techo de su hogar y, desde esa mañana en adelante, su bravura quedó reducida a gritarle al sol cuando amanece.

Cómo es que sabía esa historia no era algo que pudiera interesarme, sólo me ocupo de los cuentos que escucho y me despedí del anciano. Cuando estuvo ya a unos metros, me volví para preguntarle algo que pronto olvidé por la sorpresa. El abuelo parecía querer rascarse la nariz, por lo que movió el barbijo. Al hacerlo, con tanta claridad cómo puedo ver el cerro una vez que se corre la bruma mañanera, vi que en vez de nariz y boca tenía pico. Un gran pico algo pardo y propio de un gallo. Recordé que, al comenzar su cuento, me había hablado de lo tanto que se habían humanizado los animales domésticos en cuanto empezaron a recibir nombres propios.

Ya no pertenecían a la naturaleza sino a nuestro reino, me había dicho, y recién entonces comprendí el verdadero significado de sus palabras: él mismo, con sus piernas, sus brazos, su ropa y sus palabras, era un gallo que había dejado en el pasado la bestialidad para civilizarse, y su destinome dio algo de tristeza. Antes que gallo fue dragón, y luego era ese viejito que me había contado el cuento, al que había descubierto con el pico bajo el barbijo. Entonces preferí guardar su secreto, que apenas si me atrevo a compartirles a ustedes.