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Laberintos Humanos: Escándalo y vergüenza

Miércoles, 27 de mayo de 2020 01:04

El padrecito nos había hablado de esa fotógrafa que buscaba registrar a la bailarina que, en sus sueños, era ella misma. Nos confesó que la había deseado, que le había pedido que no regresara y ella, cuando se marchó, dejó la danzarina de sus sueños en el atrio de la iglesia. Que fuera una locura de la fotógrafa vaya y pase, que la mujer que barre la sacristía también la viera no era de sorprenderse ya que se la pasa cruzándose con duendes y con almas, pero si aquello era un delirio, como debió suponer desde un principio, lo cierto era que había terminado por contagiar a la misma realidad.

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El padrecito nos había hablado de esa fotógrafa que buscaba registrar a la bailarina que, en sus sueños, era ella misma. Nos confesó que la había deseado, que le había pedido que no regresara y ella, cuando se marchó, dejó la danzarina de sus sueños en el atrio de la iglesia. Que fuera una locura de la fotógrafa vaya y pase, que la mujer que barre la sacristía también la viera no era de sorprenderse ya que se la pasa cruzándose con duendes y con almas, pero si aquello era un delirio, como debió suponer desde un principio, lo cierto era que había terminado por contagiar a la misma realidad.

No pasaron dos horas que los fieles, ya que las puertas del templo empezaron a abrirse con esta cuarentena administrada, se lo decían con vergüenza y con escándalo. Padre, ¿usted no vio a esa bailarina que parece que se escondiera?, y todos la describían más o menos igual: las piernas y los brazos desnudos, los cabellos borrosos al aire. Que fuera un fantasma o una visión parecía ser lo que menos importaba, lo que se les volvía horroroso era su sensualidad como si el deseo fuera una ofensa a las puertas de un templo.

Algunos llegaban persignándose, otros acusando a tal familia, a tal barrio, a tal origen, pero nadie se puso a pensar que podía tratarse de un alma digna de compasión. El padrecito nos dijo entonces que las cosas fuera de lo común no sacan el mejor aspecto de las personas, muchas veces por el contrario. ¿Y usted cree que podría verla?, le preguntó Pierre Donadou Quispe y el sacerdote le respondió que ya no.

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