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La pandemia le pone un techo a las ideologías

Domingo, 31 de mayo de 2020 01:00

La gravedad de la pandemia está reconfigurando todo el sistema político de un plumazo. El Gobierno nacional y los mandatarios provinciales están accediendo a poderes súperconcentrados que antes eran impensados en la Argentina, pero que ahora son tolerados y hasta reivindicados por una buena parte de la sociedad. En la “nueva normalidad”, parecería ser que los ciudadanos reclaman un mayor paternalismo del Estado, aún a expensas del natural deterioro que eso suele producir en la calidad institucional del país. Está claro que el temor a los contagios convierte a la población en una espectadora pasiva de los actos de sus gobernantes, quienes actualmente gozan de altísimos niveles de imagen positiva, tanto en la Nación como en casi todas las provincias, pese a la más descomunal crisis económica de la que se tenga memoria en la Argentina. 
¿Quién imaginaría que Axel Kicillof, la principal espada política de Cristina Kirchner, sería quien cierre por completo una villa de emergencia en donde se multiplican las necesidades económicas y sociales de sus habitantes? Seguramente nadie, ya que esa medida podría ser relacionada a mandatarios más ligados a la mano dura y a la estigmatización de los barrios más postergados. Si algo quedó claro tras más de setenta días de cuarentena es que el coronavirus le pone un techo a las posturas ideológicas y que el pragmatismo extremo dominará el escenario político -como mínimo- hasta fin de año.
El mejor ejemplo de esa desaparición de las barreras ideológicas se dio en la Villa 31, en donde los infectados por coronavirus ya se acercan a los dos mil, diez veces más de los que acumula el barrio Azul en la provincia de Buenos Aires. El jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta decidió emprender un muy tardío testeo masivo a la población, al igual que Kicillof, pero en ningún momento aisló a todo el asentamiento como se hizo del otro lado de la General Paz. La barbarie que se está viviendo en los barrios carenciados de Buenos Aires fue advertida por el periodismo y los infectólogos apenas comenzó la cuarentena, cuando todos los analistas se preguntaban qué pasaría cuando el virus llegue a las villas. El Estado, una vez más, llegó cuarenta y cinco días después a testear cuando la situación ya era incontrolable. Allí no hay colores partidarios que se salven. En el mapa geopolítico nacional, supuestamente Kicillof representa a los sectores más progresistas y Larreta a los más conservadores, aunque a esta altura de la pandemia esas distinciones parecen haberse esfumado por completo. “La sociedad está tan desamparada que necesita aferrarse a liderazgos muy fuertes, en donde un dirigente decide todo lo que está bien o mal en la soledad de su despacho”, explicó a El Tribuno un sociólogo muy prestigioso que pidió reserva de su identidad. La reflexión tiene línea directa con la virtual parálisis que viven el Poder Legislativo y el Judicial, quienes deberían ocupar un rol protagónico en la pandemia pero se encuentran relegados a tareas meramente administrativas. 
El caso del Congreso es aún más paradigmático, ya que de allí deberían salir propuestas concretas para paliar los efectos de la tragedia sanitaria y económica que atraviesa la Argentina. No es ninguna novedad que los Poderes Ejecutivos quieran saltear lo más posible al Parlamento, pero es responsabilidad de los propios legisladores impedir que eso se concrete. Allí aparece una gran responsabilidad de la oposición, quién en más de dos meses no fue capaz de imponer un solo tema en la agenda pública que le dispute la centralidad al Presidente o a los gobernadores. El rol de la oposición en estos momentos se reduce sólo a desfilar por los medios con críticas lavadas al poder de turno. ¿Cuál fue la última iniciativa nacida desde Juntos por el Cambio para disputarle la agenda pública al Gobierno? La misma que utilizó durante los cuatros de Mauricio Macri en la presidencia: atacar a Cristina con sus causas judiciales. Eso, que tuvo un gran efecto años atrás, hoy es totalmente inofensivo, ya que la sociedad no tiene a la corrupción entre sus principales preocupaciones. En el terreno judicial, el que tendrá que preocuparse ahora es el macrismo, ya que mientras las causas contra Cristina se van cayendo de a una, el viernes imputaron al expresidente por espionaje ilegal. Hay que recordar que Macri ya había sido acusado por este delito hace varios años atrás, pero un juez lo sobreseyó justo antes de asumir la presidencia en 2015. Otros tiempos. 

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La gravedad de la pandemia está reconfigurando todo el sistema político de un plumazo. El Gobierno nacional y los mandatarios provinciales están accediendo a poderes súperconcentrados que antes eran impensados en la Argentina, pero que ahora son tolerados y hasta reivindicados por una buena parte de la sociedad. En la “nueva normalidad”, parecería ser que los ciudadanos reclaman un mayor paternalismo del Estado, aún a expensas del natural deterioro que eso suele producir en la calidad institucional del país. Está claro que el temor a los contagios convierte a la población en una espectadora pasiva de los actos de sus gobernantes, quienes actualmente gozan de altísimos niveles de imagen positiva, tanto en la Nación como en casi todas las provincias, pese a la más descomunal crisis económica de la que se tenga memoria en la Argentina. 
¿Quién imaginaría que Axel Kicillof, la principal espada política de Cristina Kirchner, sería quien cierre por completo una villa de emergencia en donde se multiplican las necesidades económicas y sociales de sus habitantes? Seguramente nadie, ya que esa medida podría ser relacionada a mandatarios más ligados a la mano dura y a la estigmatización de los barrios más postergados. Si algo quedó claro tras más de setenta días de cuarentena es que el coronavirus le pone un techo a las posturas ideológicas y que el pragmatismo extremo dominará el escenario político -como mínimo- hasta fin de año.
El mejor ejemplo de esa desaparición de las barreras ideológicas se dio en la Villa 31, en donde los infectados por coronavirus ya se acercan a los dos mil, diez veces más de los que acumula el barrio Azul en la provincia de Buenos Aires. El jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta decidió emprender un muy tardío testeo masivo a la población, al igual que Kicillof, pero en ningún momento aisló a todo el asentamiento como se hizo del otro lado de la General Paz. La barbarie que se está viviendo en los barrios carenciados de Buenos Aires fue advertida por el periodismo y los infectólogos apenas comenzó la cuarentena, cuando todos los analistas se preguntaban qué pasaría cuando el virus llegue a las villas. El Estado, una vez más, llegó cuarenta y cinco días después a testear cuando la situación ya era incontrolable. Allí no hay colores partidarios que se salven. En el mapa geopolítico nacional, supuestamente Kicillof representa a los sectores más progresistas y Larreta a los más conservadores, aunque a esta altura de la pandemia esas distinciones parecen haberse esfumado por completo. “La sociedad está tan desamparada que necesita aferrarse a liderazgos muy fuertes, en donde un dirigente decide todo lo que está bien o mal en la soledad de su despacho”, explicó a El Tribuno un sociólogo muy prestigioso que pidió reserva de su identidad. La reflexión tiene línea directa con la virtual parálisis que viven el Poder Legislativo y el Judicial, quienes deberían ocupar un rol protagónico en la pandemia pero se encuentran relegados a tareas meramente administrativas. 
El caso del Congreso es aún más paradigmático, ya que de allí deberían salir propuestas concretas para paliar los efectos de la tragedia sanitaria y económica que atraviesa la Argentina. No es ninguna novedad que los Poderes Ejecutivos quieran saltear lo más posible al Parlamento, pero es responsabilidad de los propios legisladores impedir que eso se concrete. Allí aparece una gran responsabilidad de la oposición, quién en más de dos meses no fue capaz de imponer un solo tema en la agenda pública que le dispute la centralidad al Presidente o a los gobernadores. El rol de la oposición en estos momentos se reduce sólo a desfilar por los medios con críticas lavadas al poder de turno. ¿Cuál fue la última iniciativa nacida desde Juntos por el Cambio para disputarle la agenda pública al Gobierno? La misma que utilizó durante los cuatros de Mauricio Macri en la presidencia: atacar a Cristina con sus causas judiciales. Eso, que tuvo un gran efecto años atrás, hoy es totalmente inofensivo, ya que la sociedad no tiene a la corrupción entre sus principales preocupaciones. En el terreno judicial, el que tendrá que preocuparse ahora es el macrismo, ya que mientras las causas contra Cristina se van cayendo de a una, el viernes imputaron al expresidente por espionaje ilegal. Hay que recordar que Macri ya había sido acusado por este delito hace varios años atrás, pero un juez lo sobreseyó justo antes de asumir la presidencia en 2015. Otros tiempos. 

Las desprolijidades

En los últimos siete días llamó poderosamente la atención la cantidad de veces que el presidente Alberto Fernández quedó expuesto ante la opinión pública. El sábado pasado leyó placas con datos erróneos y no mantuvo la distancia reglamentaria ni el uso del barbijo en la conferencia con Rodríguez Larreta y Kicillof. Luego, en su visita a Formosa, no sólo llenó de elogios a un gobernador sumamente polémico como Gildo Insfrán, sino que también se abrazó a él delante de todas las cámaras. Como si fuera poco, días después se fotografió con decenas de personas dejando muy poco espacio entre sí. Obviamente que se trata de cuestiones que pueden parecer menores, pero que en momentos de angustia y restricciones a las libertades individuales toman una mayor atención.