Traté de explicarles a Pierro, Blanca, Donadou y el padrecito que la relación de los gallos con las personas me recordaba una historia de amor por eso de que dos individuos deben concordar. Son distintos, como lo son el gallo y el campesino, pero en un punto empiezan a mezclarse.
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Traté de explicarles a Pierro, Blanca, Donadou y el padrecito que la relación de los gallos con las personas me recordaba una historia de amor por eso de que dos individuos deben concordar. Son distintos, como lo son el gallo y el campesino, pero en un punto empiezan a mezclarse.
No es que al campesino le salgan plumas ni que el gallo use anteojos, nada de eso, pero sí que cuando el hombre está triste, el gallo no puede dejar de estarlo. Y si ya un mes y medio de cuarentena nos fue cambiando, los gallos no podían seguir cantando igual.
Entonces me creía justificado para saltar de tema, luego volveré con los gallos, y les narré esa historia de amor entre el soñador y la soñada. No es que ella fuera sólo un sueño (bien lo sabía el soñador, que la amaba), sino una mujer de carne y hueso, muy bella, que alguna vez reparó en él con tan sólo una mirada.
Pongamos que este cuento transcurre en un pueblo muy chico al que llega el soñador para llevar sus mercancías. Lo hizo esa primera vez en el marco de una fiesta. Entonces las calles eran todo mercado y ella, sentada tras una manta con las cosas que vendía, alzó la vista para verlo y esa noche, porque en las patronales de noche hay baile, fue la primera vez que se amaron.
Pero el soñador, llegado el día y ya vendidas sus cositas, tuvo que regresar a su pueblo y, vaya a saberse por qué, no se fue con ella. Hicieron después lo posible por encontrarse, buscaban excusas para pasar cada uno por el pueblo del otro para verse y contaban los días hasta que se daba ese encuentro.
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