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Natalicio del misionero Tarcisio Rubín

Hace 91 años nacía el sacerdote que sirvió a los más humildes y necesitados.
Miércoles, 06 de mayo de 2020 01:01

Hoy, con gran alegría, en numerosas comunidades de nuestro país, se recuerda un nuevo aniversario del natalicio del padre Tarcisio Rubín, quien dedicó su vida al servicio de los más necesitados.

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Hoy, con gran alegría, en numerosas comunidades de nuestro país, se recuerda un nuevo aniversario del natalicio del padre Tarcisio Rubín, quien dedicó su vida al servicio de los más necesitados.

Hace 91 años, el 6 de mayo de 1929, en Loreggia, pueblo italiano ubicado en la provincia de Pádua, nació Tarcisio, quien estaría destinado a ser una de las más caras almas que ofrendó la congregación de los misioneros scalabrinianos.

Su profundo amor y devoción por los pobres, lo transformaron en uno de los sacerdotes más carismáticos y que más acercó su experiencia evangelizadora a los principios y enseñanzas de Jesús.

Cabe acotar que la Diócesis de Jujuy, que trabajó llevando adelante el proceso de la causa de canonización del querido misionero, aguarda la respuesta de la Santa Sede, donde los científicos estudian su vida para declararlo Beato, el que sería el penúltimo paso en busca de su canonización. Muchas comunidades que fueron testigos de las virtudes del sacerdote, aguardan el momento, expectantes y en profunda oración, con el ferviente deseo que habita en cada corazón de que Tarcisio sea llevado a los altares como ejemplo de amor y entrega a los pobres y el desprendimiento de todo lo terrenal.

Tarcisio fue el menor de diez hermanos. Sus padres Ermenegildo Rubín y Emilia Píccolo, eran sencillos y modestos campesinos. Al terminar la escuela primaria entró en el seminario Scalabriniano.

Fue ordenado sacerdote el 21 de marzo de 1953 y en el mismo año fue destinado a la misión para los migrantes de Berna (Suiza).

En 1969 fue destinado para trabajar con los migrantes italianos en la misión de Wuppertal (Alemania) hasta 1973. Luego de una experiencia de vida contemplativa en Palestina fue destinado a la Argentina. Antes de partir de su tierra natal, celebró con la comunidad y predicó en todas las misas con su estilo de absoluta pobreza.

Y partió Tarcisio para la misión en nuestra amada patria, con una opción apostólica radical, citando siempre el mensaje del evangelio, de no llevar ni oro, ni plata, ni monedas, ni provisiones para el viaje, ni bastón, solamente la ropa y el calzado que llevan puesto, porque el que trabaja tiene derecho a comer. Efectivamente, por los caminos del mundo, jamás llevó ni valija ni dinero, solamente la ropa puesta encima. Lavaba la única camisa a la noche y se la ponía a la mañana siguiente. Viajaba siempre con sus sandalias y cuando las distancias no eran grandes, caminaba. Su riqueza hasta sus últimos días, fueron el crucifijo y la biblia.

Llegó a Buenos Aires el 9 de abril de 1974. Apenas llegado, el padre Tarcisio se constituyó como un centro de debates, de admiración, de dudas y de críticas. Su estilo de vida llamaba la atención, fue destinado para los migrantes más marginados, especialmente bolivianos y chilenos de la zona mendocina. Allí, observó que muchos de los trabajadores llegaban del Noroeste Argentino. Eran los migrantes "golondrinas" que, al interrumpir la cosecha de caña de azúcar, durante los meses estivales bajaban a Mendoza para la vendimia. Ellos lo cautivaron y lo trajeron a Jujuy.

Este misionero, el padrecito de barba y ojos eternamente azules, era andariego como el viento, la oración era la fuente de todo, en ella se nutría para ser misionero después. Para el sostén pastoral, pasaba horas y horas en adoración frente al santísimo.

El 27 de setiembre de 1983, salió de Córdoba y al otro día ya estaba en San Pedro de Jujuy.

El 1 de octubre celebró y predicó por la fiesta de Santa Teresita en Libertador General San Martín y partió para San Francisco de Valle Grande. No quiso quedarse en San Francisco y emprendió el camino para Alto Calilegua, llegando al atardecer del día siguiente. Celebró la misa con los niños y con la gente del pequeño poblado.

En la mañana del 3 de octubre, los niños lo encontraron muerto en la capilla, había permanecido en oración frente al santísimo y entregó su alma a Dios. Desde entonces, su presencia sigue recorriendo el paisaje que eligió para entregarse a los amorosos brazos de Dios, donde se quedó como el cóndor, volando por las alturas y seguir velando desde lo alto por todos sus hijos del corazón.

Sus restos descansan en la capilla del cementerio Cristo Rey de la ciudad de San Pedro de Jujuy, donde numerosas placas dan cuenta del agradecimiento por la gracia concedida, y hablan de los milagros logrados por intercesión del querido misionero.