La relación era así de extraña. Todas lo son, aunque muchas son tan parecidas entre sí que nos animaríamos a decir que son normales. En este caso, ella desaparecía de su vida hasta que una mañana él se despertaba recordando que la había soñado, la buscaba y se reencontraban para volver a perderse.
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La relación era así de extraña. Todas lo son, aunque muchas son tan parecidas entre sí que nos animaríamos a decir que son normales. En este caso, ella desaparecía de su vida hasta que una mañana él se despertaba recordando que la había soñado, la buscaba y se reencontraban para volver a perderse.
En uno de esos encuentros, ella le confesó algo. Muchas veces uno confiesa algo en un momento de pasión, casi como que se le escapa, y entonces le dijo que se perdía de su vida para que la soñara. Por eso me voy, le dijo, que si no estuviera segura que me vas a soñar no me perdería.
Pero se lo dijo con tanta tranquilidad, con tanta convicción de que ese sueño se iría a repetir, que el soñador sospechó que no era el dueño de sus sueños, sino que ella, por su propia voluntad, se aparecía en ellos para llamarlo y llevarlo a su lado. Si eso era brujería, era amor o era capricho, el soñador no podía asegurarlo.
Lo pensó y le agarró un poco de angustia: podía darse el día en que la soñara, la buscara y viera que ella ya estuviera haciendo otra vida con otro hombre, o que sencillamente no lo estuviera esperando, o podía suceder que la soñara cuando él ya, cansado de esperarla, estuviera en otro romance o lejos.
Era posible, se dijo, y aunque hubiera dado su brazo derecho por tenerla siempre a su lado, debía reconocer que amaba demasiado ese modo de amarse que tenían: soñándose, encontrándose y perdiéndose para volver a encontrarse. Así, les dije en el audio, es también la relación de los gallos con las personas.