El abuelito me siguió contando de aquella conversación telefónica que escuchó, bien de madrugada, por la ventana del vecino de enfrente. Hubo algunas referencias al matrimonio de la mujer con la que hablaba el hombre, cosa que no era nada extraño pero lo fueron las referencias a músicas olvidadas y a programas de televisión muy viejos.
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El abuelito me siguió contando de aquella conversación telefónica que escuchó, bien de madrugada, por la ventana del vecino de enfrente. Hubo algunas referencias al matrimonio de la mujer con la que hablaba el hombre, cosa que no era nada extraño pero lo fueron las referencias a músicas olvidadas y a programas de televisión muy viejos.
En algún momento, el mismo hombre que hablaba por teléfono se detuvo sorprendido por la charla que estaba sosteniendo, recordando que ella siempre le había dicho que vivía sola y sin saber bien quién era Pipo Mancera y sus Sábados Circulares, quién era Donald y su sucundum, quiénes eran Los Panchos y ese bolero sobre un reloj. ¿No será que fuimos amantes en otra vida?, le preguntó acaso como una broma pero como única explicación posible del asunto. Ella pareció decirle que pensaba lo mismo, me dijo el abuelo que no podía escucharla pero sí ver las reacciones del hombre. Entonces fue como que se relajaron, como que aceptaron esa verdad, y siguieron hablando.
Planificaron una fuga, convinieron horarios y lugares, pensaron en dónde vivir y cómo, se alegraron, temieron, dudaron y se convencieron mutuamente, se imaginaron cómo sería ese momento y los momentos por venir, lo contaron como si lo vieran, con detalles y emociones sorprendentemente vivos. Se juraron amor y se llamaron por nombres que no eran los de ellos, pero seguros de no haberse equivocado, como si se tratara de los que llevaban en esa otra vida anterior que ya vivieron antes de esta, la de la charla telefónica.