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Laberintos Humanos: De armas tomar

Sabado, 06 de junio de 2020 01:04

¿Así que el carpintero no conoció el mar?, preguntó el padrecito y se quedó con la mirada perdida sobre el diseño floreado del mantel de la mesa. Me pregunto qué temería ver, dijo levantando al fin la vista y Pierro le respondió diciendo que lo que hizo fue serle fiel a su imaginación, como alguna vez le ocurrió al Espuerto Benavidez, hombre de armas tomar.

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¿Así que el carpintero no conoció el mar?, preguntó el padrecito y se quedó con la mirada perdida sobre el diseño floreado del mantel de la mesa. Me pregunto qué temería ver, dijo levantando al fin la vista y Pierro le respondió diciendo que lo que hizo fue serle fiel a su imaginación, como alguna vez le ocurrió al Espuerto Benavidez, hombre de armas tomar.

¿Era belicoso el Espuerto?, quiso saber con cierta inocencia el sacerdote, y sobre el pucho nomás el comisario le respondió que no, pero su abuelo fue soldado y guardaba un arsenal de armas antiguas en el desván. Cada vez que el Espuerto entraba en abstinencia, sacaba un trabuco, alguna carabina, la vendía y se patinaba lo ganado en vino.

Pero lo curioso era que sus brotes imaginativos, que le dieron larga fama, le agarraban cuando estaba sobrio. Capaz que también tuviera ingenio cuando bebía, pero el tema es que no se le entendía una palabra, así que lo recordaremos por aquellas mentiras barrocas que sabía darle a la Natalia Mendiguez, que supo ser su esposa.

El Espuerto jamás llegó ebrio a su casa, antes que eso prefería dormir donde lo agarrara la resaca, bañarse con el mayor esmero y sólo regresar ya fresco como una lechuga, y de esos largos trámites fue que la Natalia sospechó algún que otro desliz amatorio, que acaso lo tuviera aunque no trata de eso este cuento.

El Espuerto se sentaba a la mesa, bajaba la mirada como con vergüenza y cuando le empezaba a decir que no me vas a creer si te lo cuento, ella ya lamentaba haberle manifestado sus dudas.

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