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Laberintos Humanos: Barroquidades

Domingo, 07 de junio de 2020 01:02

Las mentiras que el Espuerto le contaba a su esposa cuando llegaba de dos o tres noches de jarana, no sólo eran rebuscadas sino que pecaban de aburridas. Más fácil hubiera sido decirle que se la pasó bebiendo con los muchachos o que cayó preso por escandaloso, pero no, insistía con sus barroquidades.

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Las mentiras que el Espuerto le contaba a su esposa cuando llegaba de dos o tres noches de jarana, no sólo eran rebuscadas sino que pecaban de aburridas. Más fácil hubiera sido decirle que se la pasó bebiendo con los muchachos o que cayó preso por escandaloso, pero no, insistía con sus barroquidades.

De sus excusas participaban extraterrestres que lo llevaban de paseo por galaxias lejanas, algún sobrino que se aparecía después de dos o tres décadas para confesarle aventuras de lo más sofisticadas, delfines saltarines que nadaban dificultosamente sobre la playa casi seca del río Grande o algún tanque perdido que se detenía para preguntarle por el camino a Berlín.

La Natalia, su mujer, se cansaba pronto de escucharlo, resignada a lo que suponía un engaño, y se ponía a hacer las cosas de la casa, pero el Espuerto no se detenía por ello sino que continuaba, ya pasado el mediodía y capaz que hasta media siesta, sin detenerse hasta que creyera concluida una aventura de la que ni él mismo podía seguir el hilo.

Lo insólito, nos siguió contando el comisario como si lo hasta aquí dicho no lo fuera, era que una vecina suya, la Mueriles Díaz, parecía realmente fascinada con esos relatos.

Será por su soledad de solterona, quien sabe, pero desde su ventana, que daba al mismo patio de los Benavidez, lo escuchaba atenta y sólo se molestaba si su sobrino le hacía perder el argumento encendiendo el motor de la motocicleta. Lo que sí, la Mueriles no demostraba ni pisca de ese erótico interés si se los cruzaba por la calle.

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