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Alberto Fernández busca un perfil propio

Domingo, 19 de julio de 2020 01:04

No hay mal que por bien no venga, dice un famoso refrán. Esas palabras se escucharon esta semana en boca de varios colaboradores del Presidente, luego de haber padecido el peor embate por parte del cristinismo desde que Alberto Fernández asumió el sillón de Rivadavia. En el Gobierno consideran que el diálogo con empresarios y sindicalistas es bien visto por la sociedad y que ser criticado por Hebe de Bonafini, Víctor Hugo Morales o Julio de Vido le suma más de lo que le resta a su imagen de dirigente moderado. Sin embargo, también admiten que si la situación llegara a profundizarse podría conllevar un riesgo no menor en el mediano plazo: el eventual debilitamiento de la figura presidencial, tanto hacia adentro del país como hacia afuera.
La política exterior, no es ninguna novedad, ocupa por estas horas un rol fundamental en la estrategia de Alberto para afrontar la pospandemia de la forma menos traumática posible. Las negociaciones con los bonistas dependen en gran parte del apoyo de Estados Unidos, y por eso no fue llamativo que Argentina haya condenado la violación de los derechos humanos en Venezuela. ¿Podría no condenarlos cuando éstos están a la vista de todos hace varios años? Los sectores más radicalizados del cristinismo hubiesen bregado por que no lo haga. 
Está claro que Cristina Kirchner decidió salir a marcarle públicamente la cancha a su compañero de fórmula, pero la razón tendría que ver más con la política que con grandes diferencias ideológicas. Según afirmaron a El Tribuno tres analistas políticos de primera línea, que pidieron reserva de su identidad, el objetivo del kirchnerismo más radicalizado sería limitar el margen de acción del jefe de Estado sobre todo en el armado de sus vínculos de cara a las elecciones de medio término. “En el fondo, a Cristina no le preocupa que Alberto se reúna con la Sociedad Rural y los más altos empresarios, sino que pueda armar una gobernabilidad independiente al cristinismo, cosa que hoy me resulta imposible de imaginar”, reflexionó uno de ellos. 
El mandatario fue acusado de sentar a supuestos genocidas en el mensaje por el Día de la Independencia, de “arrodillarse” ante Donald Trump por la situación de Venezuela y también de querer sacar del pozo al país con los hombres de negocios que habrían colaborado a su debacle. Lo cierto es que nada de lo que está haciendo Fernández es nuevo para la opinión pública, ya que desde la campaña de 2019 prometió terminar con la grieta, promover consensos en un Acuerdo Económico y Social y apoyarse en los gobernadores -tres de ellos opositores- para construir su principal fuente de poder. No hace falta aclarar que los jefes provinciales tienen sus arcas devastadas y que dependen de manera excluyente de la asistencia de la Nación. 
En el Instituto Patria no toleran que el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, se muestre tan cercano al jefe de Estado, ya que ven debajo del agua una estrategia de diferenciación con Cristina y los principales dirigentes de La Cámpora, que suelen dividir en dos a la geografía política nacional: los buenos y los malos. Ellos, claro está, son los buenos. 
Hay que recordar que Alberto no tiene diputados ni senadores propios, que ninguno de sus hombres y mujeres de confianza conduce las grandes cajas del Estado como la Anses y el Pami, y que una importante porción de su Gabinete responde a Cristina o a Sergio Massa, quién hoy se muestra tan cerca de Fernández como de Máximo Kirchner. Esa debilidad de origen en el inicio de su gestión está siendo contrarrestada con los gobernadores del oficialismo y la oposición, pero también por los intendentes. Todos los dirigentes con responsabilidades de Gobierno saben que más allá de las internas, el que tiene la lapicera para entregar fondos a las provincias y municipios en medio de la pandemia es el Presidente, y por ese motivo ningún mandatario provincial o jefe comunal salió públicamente a cuestionarlo. “Alberto está tranquilo, aunque tampoco le gusta tener que salir a aclarar cada decisión que toma. Si alguien cree que estos mini chisporroteos van a quebrar el Frente de Todos no conocen ni al Presidente ni a su vice”, señaló ayer a El Tribuno un funcionario acceso directo al exjefe de Gabinete. Anteayer, el mandatario respondió que siempre será una persona “dialoguista” y que esa será su impronta de Gobierno. ¿A quién le habló Alberto? Casi no quedan dudas que a Cristina, quien pregona un estilo de conducción mucho más personalista que el suyo. Esa definición representa el primer gesto real de diferenciación efectuado por el Presidente en relación a su vice, aunque quedó a la vista que la pregunta que le hizo un periodista sobre su relación con Cristina lo incomodó. 

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No hay mal que por bien no venga, dice un famoso refrán. Esas palabras se escucharon esta semana en boca de varios colaboradores del Presidente, luego de haber padecido el peor embate por parte del cristinismo desde que Alberto Fernández asumió el sillón de Rivadavia. En el Gobierno consideran que el diálogo con empresarios y sindicalistas es bien visto por la sociedad y que ser criticado por Hebe de Bonafini, Víctor Hugo Morales o Julio de Vido le suma más de lo que le resta a su imagen de dirigente moderado. Sin embargo, también admiten que si la situación llegara a profundizarse podría conllevar un riesgo no menor en el mediano plazo: el eventual debilitamiento de la figura presidencial, tanto hacia adentro del país como hacia afuera.
La política exterior, no es ninguna novedad, ocupa por estas horas un rol fundamental en la estrategia de Alberto para afrontar la pospandemia de la forma menos traumática posible. Las negociaciones con los bonistas dependen en gran parte del apoyo de Estados Unidos, y por eso no fue llamativo que Argentina haya condenado la violación de los derechos humanos en Venezuela. ¿Podría no condenarlos cuando éstos están a la vista de todos hace varios años? Los sectores más radicalizados del cristinismo hubiesen bregado por que no lo haga. 
Está claro que Cristina Kirchner decidió salir a marcarle públicamente la cancha a su compañero de fórmula, pero la razón tendría que ver más con la política que con grandes diferencias ideológicas. Según afirmaron a El Tribuno tres analistas políticos de primera línea, que pidieron reserva de su identidad, el objetivo del kirchnerismo más radicalizado sería limitar el margen de acción del jefe de Estado sobre todo en el armado de sus vínculos de cara a las elecciones de medio término. “En el fondo, a Cristina no le preocupa que Alberto se reúna con la Sociedad Rural y los más altos empresarios, sino que pueda armar una gobernabilidad independiente al cristinismo, cosa que hoy me resulta imposible de imaginar”, reflexionó uno de ellos. 
El mandatario fue acusado de sentar a supuestos genocidas en el mensaje por el Día de la Independencia, de “arrodillarse” ante Donald Trump por la situación de Venezuela y también de querer sacar del pozo al país con los hombres de negocios que habrían colaborado a su debacle. Lo cierto es que nada de lo que está haciendo Fernández es nuevo para la opinión pública, ya que desde la campaña de 2019 prometió terminar con la grieta, promover consensos en un Acuerdo Económico y Social y apoyarse en los gobernadores -tres de ellos opositores- para construir su principal fuente de poder. No hace falta aclarar que los jefes provinciales tienen sus arcas devastadas y que dependen de manera excluyente de la asistencia de la Nación. 
En el Instituto Patria no toleran que el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, se muestre tan cercano al jefe de Estado, ya que ven debajo del agua una estrategia de diferenciación con Cristina y los principales dirigentes de La Cámpora, que suelen dividir en dos a la geografía política nacional: los buenos y los malos. Ellos, claro está, son los buenos. 
Hay que recordar que Alberto no tiene diputados ni senadores propios, que ninguno de sus hombres y mujeres de confianza conduce las grandes cajas del Estado como la Anses y el Pami, y que una importante porción de su Gabinete responde a Cristina o a Sergio Massa, quién hoy se muestra tan cerca de Fernández como de Máximo Kirchner. Esa debilidad de origen en el inicio de su gestión está siendo contrarrestada con los gobernadores del oficialismo y la oposición, pero también por los intendentes. Todos los dirigentes con responsabilidades de Gobierno saben que más allá de las internas, el que tiene la lapicera para entregar fondos a las provincias y municipios en medio de la pandemia es el Presidente, y por ese motivo ningún mandatario provincial o jefe comunal salió públicamente a cuestionarlo. “Alberto está tranquilo, aunque tampoco le gusta tener que salir a aclarar cada decisión que toma. Si alguien cree que estos mini chisporroteos van a quebrar el Frente de Todos no conocen ni al Presidente ni a su vice”, señaló ayer a El Tribuno un funcionario acceso directo al exjefe de Gabinete. Anteayer, el mandatario respondió que siempre será una persona “dialoguista” y que esa será su impronta de Gobierno. ¿A quién le habló Alberto? Casi no quedan dudas que a Cristina, quien pregona un estilo de conducción mucho más personalista que el suyo. Esa definición representa el primer gesto real de diferenciación efectuado por el Presidente en relación a su vice, aunque quedó a la vista que la pregunta que le hizo un periodista sobre su relación con Cristina lo incomodó. 

La cuarentena

La decisión de flexibilizar el aislamiento en las zonas más afectadas del país no tiene que ver con que se esté cerca de vencer a la enfermedad ni porque se crea que la vacuna llegará inminentemente. La destrucción del empleo, del salario real y de la rentabilidad de las empresas que aún siguen abiertos dejaron a los gobernantes sin otra alternativa. Al igual que ocurre en la mayoría de las provincias, ahora la prevención del coronavirus en el Área Metropolitana de Buenos Aires también quedará exclusivamente en manos de cada individuo. Desde la oposición más dura al Gobierno se preguntan si tuvo sentido tener todo cerrado con 170 casos por día y todo abierto con 4.500. El debate es estéril, ya que es muy fácil hablar con el diario del lunes bajo el brazo.