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Laberintos Humanos: La advertencia

Sabado, 25 de julio de 2020 01:00

El padrecito nos contaba de ese hombre que quiso detenerlo cuando iba a visitar al ermitaño. Se le aferraba al brazo mientras le contaba que llegó hace tiempo, vio un monstruo brotar del agua de la lagunita y se espantó, le preguntó al ermitaño qué era aquello y el solitario le respondió que no era más que su propio reflejo. Entonces ya no pude regresar entre la gente, temía que me vieran de ese modo, que fuera así sin saberlo. Luego lo soltó, más calmo ya por haber podido contar su desgracia, y le dijo que era mejor no verse, no llegar hasta el agua de esa vertiente, y que en esos parajes, perdidos y solos, a veces enloquecidos, había cantidad de gente que vivía su misma desgracia.

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El padrecito nos contaba de ese hombre que quiso detenerlo cuando iba a visitar al ermitaño. Se le aferraba al brazo mientras le contaba que llegó hace tiempo, vio un monstruo brotar del agua de la lagunita y se espantó, le preguntó al ermitaño qué era aquello y el solitario le respondió que no era más que su propio reflejo. Entonces ya no pude regresar entre la gente, temía que me vieran de ese modo, que fuera así sin saberlo. Luego lo soltó, más calmo ya por haber podido contar su desgracia, y le dijo que era mejor no verse, no llegar hasta el agua de esa vertiente, y que en esos parajes, perdidos y solos, a veces enloquecidos, había cantidad de gente que vivía su misma desgracia.

El padrecito le agradeció el consejo, pero estaba dispuesto a seguir porque el mismo obispo le había ordenado que lo hiciera para ver qué hacía ese ermitaño. Dios me ayudará, le dijo y el hombre quedó solo a sus espaldas. Al menos sabe que le advertí, le oyó gritar cuando ya estaba lejos. Siguió su camino pero ya con ese temor que nos ataca cuando sabemos que algo nos está por suceder. No era que temiera ver mi reflejo, nos contó, pero uno nunca sabe.

Uno tiene una imagen de sí mismo, que a veces es demasiado favorable y a veces es peor de lo que somos, depende de la personalidad de cada uno, pero jamás tiene la certeza de cómo lo ven los otros. Tardé dos, tres horas más en llegar hasta ver al ermitaño del otro lado de la lagunita, sentado con algo de tristeza y algo de paz, esperándome o acaso sólo esperando que pasara el tiempo.

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