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Laberintos Humanos: Gritos del gallo

Jueves, 09 de julio de 2020 01:00

Y así charlando, escuchamos los primeros gritos del gallo, esos que lanza antes que el sol como si quisiera quebrar la escarcha con su voz. Son todas macanas, son todas macanas, pareció imitarlo el padrecito y comenzó a reír por lo bajo. Mi abuela decía que eso gritaba el gallo en las mañanas, nos explicó, y luego nos contaba un cuento.

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Y así charlando, escuchamos los primeros gritos del gallo, esos que lanza antes que el sol como si quisiera quebrar la escarcha con su voz. Son todas macanas, son todas macanas, pareció imitarlo el padrecito y comenzó a reír por lo bajo. Mi abuela decía que eso gritaba el gallo en las mañanas, nos explicó, y luego nos contaba un cuento.

La abuela me hablaba de don Nímedes Guascas, paisano que alguna vez le llegó del campo para alquilarle una pieza. La primera vez que llegó, llevaba una de esas alforjas bordadas al hombro, bien bonito el bordado de las flores sobre el picote negro. Tanto es así que la abuela recordaba haber mirado por aquí y por allá, pero no había caballo tras don Nímedes Guascas.

Era hombre de a pie pero con alforjas bordadas al modo vallisto. En uno de los bolsillos llevaba la rosca de tabaco oscuro y los rectangulitos de chala con que armaba sus cigarrillos, y en el que le daba a la espalda guardaba coca y la lejía, miraba siempre a los ojos como si fuera a decir algo y, desde que alquiló la pieza, sabía sentarse a la puerta por las tardes como si cobrara pensión.

Vaya a saber a qué salió la abuela esa mañana antes que aclareciera, la cosa es que vio a don Nímedes sentado, ya medio cigarro consumido entre sus dedos, que miró hacia lo oscuro y murmuró, después de escuchar al gallo, que son todas macanas, son todas macanas. ¿No escucha usted lo mismo?, le preguntó a la abuela. El hombre sonrió, echó lo que restaba por fumar al suelo de tierra y dijo que vea, mejor le cuento una historia.

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