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Laberintos Humanos: Días previos

Sabado, 15 de agosto de 2020 01:03

Dicen que, por muchos días, la Martelia estuvo ensimismada, pensando, callada y esquiva aun cuando la vida cotidiana la zamarreaba como nos sucede a todos. La predicción de Vladisdava la había conmovido al decirle que Pleuro Díaz, el ermitaño, seguía pensando en ella.

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Dicen que, por muchos días, la Martelia estuvo ensimismada, pensando, callada y esquiva aun cuando la vida cotidiana la zamarreaba como nos sucede a todos. La predicción de Vladisdava la había conmovido al decirle que Pleuro Díaz, el ermitaño, seguía pensando en ella.

Miraba a su marido, tras la ventana, arreglando el jardín. Sabía que lo hacía para ella, que ataba aquí una rama del rosal, torcía un tanto aquel clavel imaginando cómo lo vería ella desde la cocina, porque la perspectiva de esa mujer era, para ese hombre, la dirección desde la que se debían ver las cosas. Y acaso sea por eso mismo, cotorreaban las vecinas a coro porque nada se les escapaba.

Miraban al hombre trabajando para darle un entorno más bello, subsumido en cada detalle que ella pudiera gozar, y alzaban con desdén la vista hacia ella, cuya mente se escapaba hacia el manantial junto al que el Pleuro Díaz contemplaba el mundo. Los humanos somos terribles aún con nosotros mismos, porque lejos de ser libre y correr hacia su encuentro, la Martelia sufría pensando en aquel que le dedicaba sus días con esmero pero, lejos de corresponderle, pensaba en el lejano.

Lejos de disfrutar de su imaginación, empañaba la imagen del jardín que veía en la ventana. La Martelia ya no pertenecía ni a uno ni a otro de los dos mundos, lamentando dañar lo que poseía y culpándose por desear el perdido, y así se consumían sus días sin hallar consuelo. Todos somos un poco como la Martelia, murmuró entonces el padrecito, que había escuchado demasiadas confesiones.

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