Y así como hubo una primera carta de Hugo Conde, siguió diciendo el comisario Pierro, que era su amigo, así también hubo una última. Sus cartas no llevaban fecha y los tiempos de la cuarentena terminaron por desdibujarnos todo posible calendario. Al frente del sobre decía “Sr. Ricardo Dubin” y, entre paréntesis, la palabra “particular”. Al dorso, como solía ponerse en las cartas, estaba su nombre como remitente.
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Y así como hubo una primera carta de Hugo Conde, siguió diciendo el comisario Pierro, que era su amigo, así también hubo una última. Sus cartas no llevaban fecha y los tiempos de la cuarentena terminaron por desdibujarnos todo posible calendario. Al frente del sobre decía “Sr. Ricardo Dubin” y, entre paréntesis, la palabra “particular”. Al dorso, como solía ponerse en las cartas, estaba su nombre como remitente.
En el interior no estaba el clásico papel doblado sino una hojita arrancada a un almanaque. Correspondía al 31 de mayo, pero es improbable que fuera esa fecha. Por aquellos días, en estos Laberintos contábamos la historia de un duende sentado en el banco de la plaza. Con su letra de pulso nervioso y rasgos dibujados, con caracteres que por momentos semejaban griegos pero que eran claros, fácilmente legibles, don Hugo escribió que “te leo todos los días. Los duendes existen.
Cuando chico y vivía en San Antonio, me apareció uno. Llamame y te cuento”. Por esos vientos que rigen la vida cotidiana, dije yo interrumpiendo a Pierro, esa fue la única de nuestras conversaciones que quedó trunca. No recuerdo bien por qué. Hay veces en que pasan unos días y ya la cabeza está en otra cosa, también puede ser porque me había desacostumbrado a escribir cartas. En estos días, terminé diciendo, otros habrán escritos recuerdos más interesantes sobre una vida interesante como la de Hugo Conde. El autor y los personajes de los Laberintos no quisimos dejar que estas, tan entrañables como pequeñas, cayeran en el olvido.