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El retrato

Jueves, 06 de agosto de 2020 01:02

El retrato

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El retrato

No creo haberla convencido, pero cuando se me ocurrió viajar para fotografiar al ermitaño, la Martelia cambió de gesto, me tomó del brazo y me encargó un retrato. Debe haber envejecido, dijo con algo de revanchismo. Todos envejecemos, murmuró Bautisto Pierro y encendió un cigarrillo.

Al otro día pasé a visitar al padrecito, que era el único que conocía el camino hacia la cueva. No creo que sea buena idea, me dijo mirando el borde de la mesa de madera oscura. En los viejos conventos, sólo se permitía retratar a los monjes ya difuntos. Así, por ejemplo, tenemos el testimonio de la belleza de Rosa de Lima.

Una vez con el cuerpo en el lecho póstumo, se abrían las puertas con esas llaves enormes y se les permitía pasar con sus lienzos, sus pinceles y sus óleos. Entonces, cuando ya nada de la vanidad del mundo podía tentar a los enclaustrados, se rescataban sus facciones y se imaginaban sus gestos.

Se cuentan, como siempre, los casos de las transgresiones. Se habla de una moza que tomó los hábitos tras un desengaño. Eso habrá sucedido hace tres o cuatro siglos por las calles de Arequipa. La muchacha había caído en el engaño de un mal amor, fruto de la apuesta perversa entre jóvenes de alcurnia, y tardó en saber de su falsedad.

Para entonces, me dijo el padrecito, ya toda la sociedad sabía que había dejado su casa por seguirlo, que acaso cediera a sus ruegos y que se encontró sola, en la noche, en pleno campo, en una cita a la que el amado no acudió. Imaginará sus malos pensamientos y que lloró junto a un arroyo.

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