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Falleció el primer tilcareño por coronavirus

La pandemia se “llevó” la vida de Ricardo Alancay conocido tejedor y docente de los talleres libres de la bella villa turística.
Domingo, 09 de agosto de 2020 16:16

La pandemia que atraviesa al planeta fue el último escollo en la vida del tejedor Ricardo Alancay, nacido en Barrancas en 1956. Uno de los últimos maestros del tradicional oficio del telar, supo contarnos alguna vez que “a mi siempre me gustó la idea de ser docente, lo que pasa es que al ser de familia muy humilde, tener que ayudar a muchos hermanos, la posibilidad de estudiar no estaba”.

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La pandemia que atraviesa al planeta fue el último escollo en la vida del tejedor Ricardo Alancay, nacido en Barrancas en 1956. Uno de los últimos maestros del tradicional oficio del telar, supo contarnos alguna vez que “a mi siempre me gustó la idea de ser docente, lo que pasa es que al ser de familia muy humilde, tener que ayudar a muchos hermanos, la posibilidad de estudiar no estaba”.

El maestro Abdón Castro Tolay fue el ejemplo que le inspiró el oficio de enseñar. Su trabajo artesanal, de indudable proyección artística, Alancay supo transmitirlo como docente de los Talleres Libres, institución educativa que reconoció sus saberes y la necesidad de proyectarlos a las nuevas generaciones. Ya sea en sus muestras individuales como en las de sus alumnos, tuvo el don de señalar que ese hacer, enraizado en la gente de nuestra puna, tenía proyecciones estéticas de alto vuelo.

Le dedicó su atención a hurgar en la memoria los modos que había atestiguado de niño. Tuvo la generosidad de compartir mucho de esa herencia, y así enseñaba que “en la llama tenés infinidad de colores, en los camélidos tenés una variedad infinita de gamas para poder mezclarlos, para jugar, y podés teñir también. Si yo digo que esto es de tal persona o de tal lugar, es porque se cómo trabajan ahí, el resto es pura creatividad de cada uno”.

Sabía aconsejar: “aprendé la técnica, y después hace lo que quierás. Los límites te los ponés vos, yo conozco gente que no le gusta trabajar con hilo negro, a mi hay colores que me cuestan ponerlos”, o recordaba que “hablando con los abuelos, a mi me ha gustado siempre quedarme calladito. Uno tiraba algo y se callaba porque no quería competir con otro o, como mis abuelos me enseñaron, no tenías que decir todo, se aprende mirando y haciendo”.

Decía que “no te dejaban mirar un montón de cosas, pero escuchaba las conversaciones de las personas grandes, luego me callaba y después los veía hacer y preguntaba hasta que me daba cuenta de qué es lo que me estaba diciendo. Decían que este diseño que se hace con las curvitas, significa agua escondida, agua abajo. Los abuelos hacían geométrico, rombos, y después lo aplicaban en los bordes de las frazadas. Decían que estas rayas así eran aguas enterradas, según el modo puneño que aprendí, significa encontrar el agua en los ojitos”.

Podríamos extendernos, hurgando en esas grabaciones que realizamos, sobre los diseños, los colores, los teñidos y aún sobre la proyección de ese saber técnico y estético a otros órdenes de la vida, a lo cotidiano. Y hubiéramos podido seguir conversando, pero en la madrugada del 9 de agosto el COVID 19 se sumó a otras afecciones y lo devolvió a la tierra, donde descansa ya en el cementerio de Tilcara.