¿Y qué fue de la vida de Bautisto Solón?, le preguntó Blanca a su marido y el comisario le respondió que los hombres sabios saben que no pueden quedarse mucho en su sitio porque incomodan. Tal fue el caso del Eustaquio Hermodoro, quien también tenía algo de engreído.
inicia sesión o regístrate.
¿Y qué fue de la vida de Bautisto Solón?, le preguntó Blanca a su marido y el comisario le respondió que los hombres sabios saben que no pueden quedarse mucho en su sitio porque incomodan. Tal fue el caso del Eustaquio Hermodoro, quien también tenía algo de engreído.
Ni se le parecía en eso al Solón, aunque le iba a la par en ingenio. Hermodoro era capaz de resolver aquello que precisaba un cimiento para sostener una casa sin siquiera pasar por el lugar, sólo con escuchar las descripciones que le daban. Y no es que fuera un hombre de la construcción, porque lo mismo opinaba sobre la afinación de un sikus que sobre la sazón de un guiso.
Lo hacía con acierto dada esa rara cualidad que no se condecía con su aspecto, más bien tirando al mal gusto que dejado. Por esa extraña combinación de prendas y peinados, pero sobre todo por alardear de su ingenio, fue que le pasó lo que le pasó, y de sus pesares aprendió Bautisto Solón.
Cuando era mozo no era tan creído, sino que tenía por natural el hecho de poder resolver ciertas cosas. Cuando opinaba que esa acequia no iba a llevar el agua con determinada pendiente y curvas, se le hacía que a cualquiera que tuviera sentido común le alcanzaba para deducirlo, pero pasa que el sentido común es el menos común de los sentidos.
Empezó a sospecharlo cuando se opuso a que el camino se cruzara con el huayco. Era más trabajoso elevarlo, requería más esfuerzo hacerlo pero duraría, y como en el Centro Vecinal no se le llevó el apunte, el fracaso de la traza resaltó sus virtudes.