Los vecinos opinaban que, de haber vivido en Humahuaca, la inteligencia del Eustaquio Hermodoro habría sido aprovechada, pero su extremado ingenio sobraba en ese caserío rumbo a los valles, donde todavía se asciende poco entre lomas de churquis y cardones.
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Los vecinos opinaban que, de haber vivido en Humahuaca, la inteligencia del Eustaquio Hermodoro habría sido aprovechada, pero su extremado ingenio sobraba en ese caserío rumbo a los valles, donde todavía se asciende poco entre lomas de churquis y cardones.
Aportó con ideas que revolucionaron la vida lugareña como ese tanque que aminoró el efecto de las secas porque alimentaba una asombrosa red de acequias, para lo que ideó un puente cuya baranda era justamente el caño que llevaba el agua desde la parte alta, en la otra banda, hacia los terrenos cultivables. Todos se beneficiaron de esa hechura, pero a la vez notaron lo incómodo que desde entonces fue conversar con Hermodoro, quien había empezado a saber que esas ideas novedosas no las tenían todos sino él sólo. Es que a veces Dios le da inteligencia a quien no tiene mesura, opinó el padrecito y el comisario concluyó que en eso Solón era distinto.
El Eustaquio aceptó ser secretario del Centro Vecinal, y desde entonces no hubo obra que no se hiciera para mejorar la vida del paraje. Así, los tenía a todos los vecinos trabajando los domingos en mejoras que se le ocurrían, de a torrentes, como coplas al buen coplero. El mismo Día de la Madre pensó que, en vez de celebrar, debían colocar una chapa que reflejara la luz del sol. Esa chapa era de utilidad para que hubiera un poco más de luz en algunos rincones ocultos al pie del cerro, pero es que ese hombre era incapaz de comprender que tanto como la luz hace falta el esparcimiento para la felicidad de la gente.