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La ruina

Lunes, 07 de septiembre de 2020 01:03

Como las hojas de coca le dijeron a Bautisto Solón que del litigio entre Prudencio Creso y Armando Ciro iba a quedar arruinada la propiedad más grande que había en la región, Creso entendió que era una buena noticia y descorchó una sidra para brindar. Solón, por su parte, guardó silencio.

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Como las hojas de coca le dijeron a Bautisto Solón que del litigio entre Prudencio Creso y Armando Ciro iba a quedar arruinada la propiedad más grande que había en la región, Creso entendió que era una buena noticia y descorchó una sidra para brindar. Solón, por su parte, guardó silencio.

Creso sabía que aquellos cerros, que en su ventana se veían lejanos y casi borroneados, eran el otro extremo de la propiedad de su vecino, cuyas tierras se extendían por el poniente hacia la puna y sus pretensiones hacia oriente orillaban los valles, incluyendo la aguada por la que disputaban.

Con envidia solía ver la de reses que llevaba faenadas al mercado, la de verduras que cargaba en el camión, la camioneta que se comprara y aún su esposa, que no sería gran cosa pero era rubia. Rompió la carta documento que recibiera con los argumentos legales de Armando Ciro y lo llamó por teléfono para decirle que se verían en los tribunales.

Se lo dijo y fue lo que sucedió. Habrán pasado unas semanas, siguió contándonos Pierre Donadou Quispe, y Prudencio Creso tuvo que ver la bandera de remate flameante sobre el techo de su casa. No habría ni que decir que estaba furioso con Solón, quien le había asegurado, leyendo las hojas de coca, que con el litigio terminaría arruinada una de las propiedades más grandes de la región.

Ya en la lona, Creso dio con Solón un día y le exigió explicaciones. Es cierto lo que dijo la coca, le respondió el sabio, sólo que a usted ni le pasó por la cabeza que la propiedad arruinada podía ser la suya.

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