El comisario nos contó que la moza había pasado del otro lado del espejo y que desde ahí pudo ver como su novio, desconsolado por no saber que fue de ella, estaba siendo consolado por la Bendiquia, su prima, primero con algo muy parecido a un sentimiento puro pero al fin con el calor de los cuerpos desnudos.
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El comisario nos contó que la moza había pasado del otro lado del espejo y que desde ahí pudo ver como su novio, desconsolado por no saber que fue de ella, estaba siendo consolado por la Bendiquia, su prima, primero con algo muy parecido a un sentimiento puro pero al fin con el calor de los cuerpos desnudos.
Y, como dije, la moza impotente no podía regresar de este lado del espejo. Yo, también les dije ayer, había dado un paso al costado para ver si mi actitud de renuncia relajaba al culpable y se pisaba solo. Estaba esa mañana afeitándome frente al espejo cuando sentí la delación de la moza.
No es que escuchara sus palabras, pero algo en mi reflejo en el espejo me hizo saber que el novio de la víctima andaba en romances con esa tal Bendiquia, y acaso esas pasiones cruzadas fueran el móvil de un crimen sin cuerpo del delito, al menos por el momento. Me enjuagué el jabón de los cachetes, me puse la corbata y fui a la escena del crimen.
Llegué justo en el momento en el que, con inocultable gesto de culpa, el novio de la moza y la Bendiquia se arreglaban la ropa recién puesta. Encendí un cigarrillo, me senté en el sillón y les pregunté desde cuándo estaban juntos. Ella respondió que desde ayer, cuando lo consolaba de su dolor, pero él dijo, al mismo tiempo, que desde recién.
Al menos podrían ponerse de acuerdo, les dije con tono intimidatorio. Ellos se miraron entre sí, y entonces me respondieron justo lo que había dicho el otro, volviendo a contradecirse, dijo el comisario y vimos que Solón disfrutaba del relato.