Cuando llegamos a la casa del comisario, la dama iba vestida con un piloto gris, tan largo como ella, pero que no ocultaba la belleza de sus largas piernas ni su porte de actriz de hace ya medio siglo. A simple vista no llegaba a los treinta años, pero su estilo era deliberadamente antiguo.
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Cuando llegamos a la casa del comisario, la dama iba vestida con un piloto gris, tan largo como ella, pero que no ocultaba la belleza de sus largas piernas ni su porte de actriz de hace ya medio siglo. A simple vista no llegaba a los treinta años, pero su estilo era deliberadamente antiguo.
Blanca y Aurelia se quedaron pasmadas ante su belleza. Pierro y Solón prefirieron disimular, y ella se sentó a la mesa, cruzando las piernas de modo que fueran más evidentes, encendió un cigarrillo que ensartó en la boquilla y nos siguió hablando de aquel representante que se le presentó en Roma asegurando que podía convertirla en una estrella eterna.
Ni las del cielo lo son, recordaba que le dijo y el hombre sonrió. No quiero aburrirlos con mi historia, dijo como si no nos supiera embelesados ante su tonada italiana y su cuerpo escultural, pero les puedo resumir que acepté y, desde ese mismo día, no volví a envejecer. Al principio fue maravilloso, nos dijo.
Al cumplir los cincuenta seguía teniendo el mismo cuerpo que a los veinte, pero aunque no lo crean soy octogenaria y estoy harta de esta eterna juventud. Recurrí a muchos y nada, pero me volvieron las esperanzas cuando conocí a un funcionario jujeño que llevaba varios ejemplares del Tribuno, donde leí estos Laberintos Humanos.
Si no es por ustedes dos, dijo mirando fijo a Pierro y a Solón, no puedo tener ya esperanzas de recuperar el paso del tiempo, y les aseguro que tengo de sobra con qué pagarles, dijo para caer bajo la ira de las miradas de Blanca y de Aurelia.