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La pandemia y la tiranía que empuja al consumo

Sabado, 09 de enero de 2021 01:03

Por DIANA LITVINOFF. Asociación Psicoanalítica Argentina

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Por DIANA LITVINOFF. Asociación Psicoanalítica Argentina

La pandemia nos hizo tomar conciencia de que vivimos en un mundo en profunda interconexión. El acortamiento de distancias y tiempos debido al desarrollo de la tecnología y los medios de comunicación transformó al planeta en un todo comunicado.

La veloz difusión del virus también estuvo relacionada con la intensa vinculación debido a viajes y traslados. Y la cuarentena de toda la humanidad fue posible debido a la globalización que unificó rápidamente esta respuesta frente a la amenaza de contagio. Ya la economía nos unía con lazos visibles e invisibles; también algunos experimentos resultaban en cambios climáticos en un punto remoto pero receptor de vibraciones cuyo origen se desconocía; o guerras que derivaban de conflictos o transacciones comerciales ocultas tras justificaciones ideológicas o raciales. Nada nuevo bajo el sol. Como dice un antiguo proverbio chino "el leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo".

¿Qué nos espera luego de la pandemia? Esta pregunta insiste últimamente a partir de la intuición de que semejante conmoción ha de tener consecuencias en toda la humanidad. Las autoridades responsables de la mayoría de los países optaron por la restricción y se lentificó la producción, la circulación y el consumo. Difícil imaginar las consecuencias económicas, afectivas y psíquicas de dicho detenimiento, protector por un lado y plagado de efectos colaterales por otro. Un virus fuera de control puede deberse a causas accidentales, aleatorias o dirigidas, en definitiva, desconocidas. Pero la inquietante evidencia de que no han existido políticas de previsión para dicha emergencia, ni cuidado sanitario, alimentario y ambiental, genera una inevitable sensación de desprotección.

El ser humano siempre intenta ligar las situaciones de daño y sufrimiento, encontrarles un nuevo sentido, tratar de trascenderlas; las dificultades templan el carácter y el ánimo y suelen fortalecerlo. Una catástrofe nos puede hacer reflexionar sobre las verdaderas importancias de la vida, permitirnos dormir más horas para gozar de mejor salud ya que trabajamos en casa, conectarnos con personas del entorno cercano o buscar la felicidad dentro de nosotros mismo en lugar de ponerla en objetos a adquirir. Pero esto no quita el hecho traumático que estamos viviendo.

No se trata de provocar o convocar la tragedia para recibir una enseñanza, templar el espíritu o disfrutar del tiempo libre y la vida tranquila. Estemos atentos a que el miedo y los pronósticos apocalípticos no sean utilizados, en nombre de privilegiar solo la supervivencia, para acallar los reclamos en favor de una distribución más justa de los recursos. Cuidemos que las lógicas y necesarias medidas de prevención y aislamiento no se transformen en ceremoniales que justifiquen autoritarismos y sentimientos de culpa. Que la "nueva normalidad" no transforme al otro en un potencial enemigo peligroso o contagioso. Y que vuelvan a ser habituales las voces que cantan a coro o gritan un gol en grupo, voces de amigos riendo a carcajadas.

La pandemia nos ha mostrado que podemos ser solidarios, que podemos cuidar y cuidarnos, que somos capaces de esperar sin desesperar. Y que no somos culpables por haber deseado o consumido o viajado. Que no somos culpables de estar bajo esta amenaza, pero sí responsables: de demandar cuidado ambiental, inversiones en salud. La "nueva normalidad" seguramente contendrá un elogio de la tecnología que nos permitió sostener el contacto laboral, educativo y afectivo en momentos de restricción. La conciencia de que es posible sanear el planeta de la contaminación, que podemos tomar distancia de la tiranía que empuja al consumo desmedido, que se han hecho visibles las consecuencias globales de la marginación de la mayoría de la población planetaria, cuya desprotección impacta en todos los habitantes. Que estamos todos, para mal y para bien, interconectados.

 

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