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Actitudes para una vida satisfactoria

Viernes, 15 de octubre de 2021 01:01

La sensación de serenidad espiritual y plenitud mental que permite alejarnos de la ansiedad y la angustia, procede de la existencia de una suficiente seguridad en uno mismo. Tal situación se puede conseguir solamente cuando cada persona conoce, con sinceridad y sin autoengaños, hacia dónde está dirigiendo su vida y por qué eligió esa y no otra meta.

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La sensación de serenidad espiritual y plenitud mental que permite alejarnos de la ansiedad y la angustia, procede de la existencia de una suficiente seguridad en uno mismo. Tal situación se puede conseguir solamente cuando cada persona conoce, con sinceridad y sin autoengaños, hacia dónde está dirigiendo su vida y por qué eligió esa y no otra meta.

"Sólo eres dueño de lo que no puedes perder en naufragio", afirma un aforismo de Khalil Gibral. Nada más cierto. No existe mayor valor que aquel que hemos incorporado a nosotros mismos así como lo que fuimos capaces de dar a otros. El tiempo utilizado en búsquedas limitadas y materiales, habitualmente sólo sirve para generar nuevas sensaciones de displacer.

La persona segura de sí habla poco y no hace ostentaciones. Esto es bien sabido. Pero ¿por qué se comporta de tal modo? Sencillamente a causa de que no tiene ninguna necesidad de demostrar a los otros quién es. Él lo sabe. Necesitar del aplauso y la aprobación ajena es propio de temerosos e inseguros que buscan protegerse con máscaras que sólo sirven a los efectos de lo externo. "El noble camina entre la multitud y no se confunde con ella", señala una sentencia del I Ching ("El Libro de las Mutaciones"), escrito por sabios maestros chinos hace alrededor de 5.500 años.

La satisfacción personal aparece cuando uno se compara con uno mismo y no con los otros: ¿Quién me propuse ser?, ¿quién soy ahora? Existe un antiguo refrán que sostiene que "todas las comparaciones son odiosas". No podemos comparar personas con inquietudes diferentes o que buscan alcanzar metas distintas. Lo esencial es estar satisfecho con uno mismo. Por lo tanto, la única opción correcta es hacer la comparación entre lo que cada uno deseaba lograr y lo efectivamente obtenido; o bien lo que ese está haciendo ahora. Entonces sí se comprueba si cabe o no la satisfacción. Los "argumentos", excusas y justificaciones tan habituales en la gente para explicar el no cumplimiento de sus deseos positivos de vida jamás conllevan la aparición de sentimientos armónicos, ni sensaciones placenteras. Hay que diseñar un plan de vida: ¿Qué quiero lograr? ¿Cuánto tardaré? ¿Qué pasos deben darse para obtenerlo? Las improvisaciones llevan siempre al puerto equivocado. El plan de vida debe estar diseñado por cada uno dándole a cada cosa el tiempo que corresponda. Ni más ni menos.

Las escaleras se suben peldaño por peldaño. Hacerlo de otro modo puede provocar una caída violenta. Quien busca estar satisfecho con su vida debe saber y recordar que "hay un tiempo para cada cosa y una cosa para cada tiempo" parafraseando al Eclesiastés. Ni angustias por el pasado ni temores por el futuro. Vivir en el tiempo presente, con la experiencia recogida en el pasado, para construir el futuro. Quien siembra hoy cosechará mañana. Y cosechará exactamente lo que ha sembrado, sólo eso. Las sorpresas no tienen cabida.

Una vida satisfactoria exige ocuparse de cada cosa. Aún de los detalles más pequeños. Desarrollar los afectos, emprender con ánimo las tareas. Pero existe una severa restricción: no preocuparse. "Preocuparse" es ocuparse previamente; o sea, adelantarse a los hechos pero sin tener certeza de estos. Lo que equivale a producir ansiedad sin necesidad. Entonces, nada de preocupaciones; nada de ocuparse antes de tiempo. Atienda cada cosa en el momento oportuno. Dicen los financistas de Hong Kong que hay que imaginar que la mente está compuesta por enormidad de celdillas.

Cada una tiene una puerta que cierra herméticamente. Entonces, cuando uno está atento a un tema, sólo esa celdilla permanece abierta. Todas las demás cerradas. Nada distrae. Nada confunde. Nada altera. Terminada esa actividad, esa celdilla se cierra y con ello queda clausurado el asunto hasta la próxima. Y ya se abre una nueva puerta: otra ocupación está en la consciencia ahora y allí está la mente concentrada.

Sinceramente: ¿No es atractiva la propuesta? ¿Se siente tentado a imitar la actitud de los banqueros de Hong Kong acostumbrados a manejar decenas de millones de dólares cada día y enfrentar todas las dificultades e imprevistos que, a diario, presenta esta vida del siglo XXI? ¿Qué le falta a usted que ellos tengan? Nada. Salvo entrenamiento. ¿Tiene sentido empezar hoy? Claro que sí! Adelante entonces...

(*) Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social y magíster en Psicoanálisis.