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Afilador, un oficio que desafía el tiempo "flauteando" las calles

Alejandro Sosa es el joven heredero de un trabajo antiguo que no deja de ser útil, recorre lugares y permanece vigente.
Domingo, 21 de febrero de 2021 01:02

El sonido que anuncia su llegada tiene el poder de atravesar las estaciones de los tiempos. Esa flautita de pan se consagra como un instrumento inevitable que acompaña su paso en bicicleta y pretende ser también la proclamación que antecede a la hora de estar listo para realizar su labor en cualquier lugar.

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El sonido que anuncia su llegada tiene el poder de atravesar las estaciones de los tiempos. Esa flautita de pan se consagra como un instrumento inevitable que acompaña su paso en bicicleta y pretende ser también la proclamación que antecede a la hora de estar listo para realizar su labor en cualquier lugar.

Es que para Alejandro Sosa, cualquier momento en el día es propicio, para hacer su labor; aun si el calor agobia o el invierno sea el más crudo, él llegará a donde sea con su hermana de hierro y la habilidad para afilar, consigo.

"Es un trabajo que lo hacían mi padre y mi abuelo. Todos los días que salgo, me siento acompañado porque llevo mi bici a lado y le hablo para que trabaje bien", dijo el joven con un orgullo visiblemente notable. El acto de afilar es una labor que cada día se convierte en una misión tangible, que supo adaptarse a los cambios de paradigma, que repasa historias y atraviesa calles. Por eso las generaciones anteriores en su familia, la comenzaron a llevar como estandarte que merece respeto absoluto por los años de vigencia.

"Trabajo todos los días y es muy bueno seguir adelante", expresó el joven heredero de un oficio antiguo que cobra un valor especial en días de vorágine consumista.

"Tengo clientes que siempre están, pero la mayoría cuando un cuchillo deja de servir, compra", aseguró resaltando el espíritu actual de aquellas personas que van directo a lo práctico, sin recordar que el afilador todavía existe. Existe y se hace respetar, yendo por caminos que responden a los menesteres de quienes apenas escuchan el silbido característico a lo lejos y salen rápidamente al oírlo mejor. Así, con mayor intensidad, lo buscan en todas las direcciones hasta encontrar la silueta del hombre sobre ruedas que de nuevo viene a reparar elementos de acero para salvarlos del olvido.

Alejandro deja que su servicio noble hable por sí solo. La motivación de este muchacho se puede ver en la mirada, pero sobre todo, apreciar en sus manos. "Tendría dieciséis años cuando comencé y ya tengo veintiuno. Pude lograr varias cosas como hacerme conocido, tener mis clientes hacer como una familia con cada persona porque seguir progresando", contó.

Encontrar cuchillos, tijeras o machetes para reparar es la recompensa innegable para que la tarea sea posible. Un trabajo bien realizado que le enseñó la vida y que lo mantiene activo en el centro, en los barrios o en cualquier lugar. "Voy por varios lados y a pesar de todo, lo bueno de esto es que la gente sigue necesitando al afilador", aseguró mientras accedió a ubicarse en la bicicleta que, esta vez, lo contuvo de manera fija. Y entonces con una tijera entre sus manos, la maquinaria comenzó a funcionar.

Hay una atracción natural que juega a favor del trabajo que inicia, mientras el trayecto que emprende retoma verdadera fuerza, aunque sea para muchos un evento trivial.

La fina lona que hace las veces de correa emprende la rutina giratoria provista de un ciclo constante, permitiendo al roce con una piedra solitaria, perfeccionar láminas de acero hasta ese punto deseado, solo conocido por los ojos del profesional.

En el proceso, sus manos siguen un vaivén marcado. Hasta el instante en el que el filo propone un primer brillo, entonces se despeja de la vista lo opaco que el uso imprimió en la vida útil del elemento cortante.

La simplicidad tiene una búsqueda que en sí misma es compleja, pero no se trata de una labor sencilla, sino todo el mundo afilaría... fácil.

"Mi herramienta de trabajo es una bici, una parrilla con seis partes soldadas y dos tornillos de un auto para el soporte. Después, para la rueda tengo el aro de una bici más chica, para que den vueltas las correas y piedra para afilar", expresó Alejandro indicando cada parte de su estructura metálica equipada para reiniciar su tarea. Con la emoción de caminar "flauteando" ser afilador para Alejandro significa todo. "Gracias a este trabajo me volví más paciente menos estricto, más bondadoso. Debo hacerlo lo mejor posible para que los clientes queden conformes", finalizó.

Un oficio generacional
“Este trabajo lo realizaba mi padrastro Héctor García que aprendió de su papá y de yo de él, aunque está separado de mi madre, en ese tiempo que estaba en mi casa me enseñó el oficio, sus maneras”, confesó. A través de la mirada de Alejandro se contempla el quehacer pero también otras cosas, entre ellas, el misterio que se revela de épocas pasadas. “Él estuvo más de veinte años trabajando y ahora lo continúo yo y le agradezco porque gracias a él soy la persona que soy ahora”. A la hora de afilar, el que sabe afilar lo va a hacer bien y el que no sabe, dejaría la labor a medio terminar por eso -aclara- el cuchillo y las tijeras se afilan de diferente manera. “Se puede hacer de lado, o gastar un poco, o mucho, si lo tenés que enderezar o si lo tenés que hacer punta. Igual que las tijeras, por ahí están abiertas, o curvadas, hay que ajustarlas”. Alejandro considera que es una satisfacción muy grande ver su trabajo realizado. “Me salva en varias cosas, me da un motivo para salir adelante, cumplir con el trabajo, con la gente”, dijo mientras siguió el ejercicio cotidiano con el pedal para dar la última de las vueltas finales a una tijera que recuperó corte.
 

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