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Principios para una mejor democracia en Fratelli Tutti

Viernes, 26 de marzo de 2021 01:00

Por PEDRO M. ASCÁRATE

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Por PEDRO M. ASCÁRATE

A continuación se ofrece una breve lectura de los conceptos volcados por el Papa Francisco en su última enclítica Fratelli Tutti en relación a la importancia de la fraternidad en una democracia.

¿Qué significan hoy algunas expresiones como democracia, libertad, justicia, unidad? Han sido manoseadas y desfiguradas para utilizarlas como instrumentos de dominación, como títulos vacíos de contenidos que pueden servir para justificar cualquier acción.

Es sabido que el concepto de democracia pocas veces fue explicitado con claridad suficiente al pueblo, y a pesar de que existen diversas tradiciones políticas, se adoptó como la única válida la surgida del liberalismo que se volvió hegemónica.

El modelo cultural único que se impone, crea un mundo masificado que hace prevalecer los intereses individuales y debilita la dimensión comunitaria de la existencia. En este globalismo la política se vuelve cada vez más frágil frente a los poderes económicos trasnacionales que aplican el "divide y reinarás". Se advierte la penetración cultural de una especie de "deconstruccionismo", donde la libertad humana pretende construirlo todo desde cero. Deja en pie únicamente la necesidad de consumir sin límites y la acentuación de muchas formas de individualismo sin contenido.

La política no debe someterse a la economía y esta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia. Lo que nos ocurre hoy, es que hay una asimilación de la ética y de la política a la física. No existe el bien y el mal en sí, sino solamente un cálculo de ventajas y desventajas. Entramos de este modo en una degradación al ir nivelando hacia abajo por medio de un consenso superficial y negociador. Así la lógica de la fuerza triunfa.

Por el contrario, aceptar que hay algunos valores permanentes, aunque no siempre sea fácil reconocerlos, otorga solidez y estabilidad a una ética social.

Cada generación ha de hacer suyas las luchas y logros de las generaciones pasadas y llevarlas a metas más altas aún. El bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez y para siempre han de ser conquistadas cada día.

Lamentablemente hoy se alienta también, una pérdida del sentido de la historia que disgrega todavía más.

No existe peor alienación que experimentar que no se tiene raíces, que no se pertenece a nadie. Un pueblo dará fruto solo en la medida que genere relaciones de pertenencia entre sus miembros.

Cuando solo es posible ser prójimo de quien pueda beneficiarnos, esta palabra pierde todo significado, y únicamente cobra sentido la palabra "socio", el asociado por determinados intereses.

La mera suma de los intereses individuales no es capaz de generar un mundo mejor. El individualismo radical es el virus más difícil de vencer. Nos hace creer que dando rienda suelta a las propias ambiciones y seguridades pudiéramos construir el bien común.

La fraternidad tiene algo positivo que ofrecer a la libertad y a la igualdad. Sin ella la libertad se enflaquece hacia una pura autonomía, hacia una soledad. Asimismo la igualdad verdadera se consigue mediante el cultivo consciente y pedagógico de la fraternidad.

Todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad, aunque sea poco eficiente, aunque haya nacido o crecido con limitaciones, porque esta se fundamenta en el valor de su ser y no en sus circunstancias. Para hacer cumplir este postulado es necesario un estado presente y activo e instituciones de la sociedad civil que no se guíen del liberalismo eficientista, y se orienten a las personas y al bien común.

Solidaridad es más que un acto esporádico de servicio, es pensar y actuar en términos de comunidad. También es luchar contra las causas estructurales de las injusticias sociales.

La solidaridad en su sentido más hondo es un modo de hacer historia, eso es lo que hacen los movimientos populares.

En los últimos años la expresión "populismo" o "populista" ha invadido los medios de comunicación y el lenguaje en general, buscando clasificar a personas, agrupaciones o gobiernos. Esta designación tiene una gran debilidad: ignora la legitimidad de la noción

de pueblo. Pretender hacer desaparecer del lenguaje esta categoría podría llevar a eliminar la misma palabra democracia, que se define como "gobierno del pueblo". Si la sociedad es más que la mera suma de individuos resulta imprescindible la palabra pueblo porque denota la existencia de un proyecto común, de un sueño colectivo.

Pueblo y persona son términos correlativos, no existe uno sin el otro. Sin embargo, hoy se pretende reducir las personas a individuos, fácilmente dominables por poderes que buscan intereses espurios. La buena política intenta caminos de construcción de comunidades en los distintos niveles de la vida social, en orden a reequilibrar y reorientar

la globalización para evitar sus efectos disgregantes. No se puede abordar el escándalo de la pobreza promoviendo estrategias que únicamente tranquilicen y conviertan a los pobres en seres domesticados e inofensivos. Lo que se necesita es que haya cauces de expresión y participación. Aquí muestra su valor el principio de la subsidiariedad, inseparable del principio de solidaridad. Hablar de "cultura del encuentro" significa que como pueblo nos apasiona intentar encontrarnos, esto debe convertirse además de un deseo, en un estilo de vida.