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14 de Mayo,  Jujuy, Argentina
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Alberto y Cristina ponen el pie en el acelerador

Domingo, 07 de marzo de 2021 01:00

El clima político de la Argentina atraviesa su momento de mayor confrontación desde que Alberto Fernández asumió la presidencia. Lejos de la unión de los argentinos y del final de las confrontaciones, cosa se vio fuertemente al inicio de la pandemia, el Gobierno nacional decidió profundizar al máximo la grieta con el macrismo, con la Justicia y con los medios masivos de comunicación, en un claro intento por acelerar las reformas que por ahora no pudo alcanzar. Además, la idea de agravar las diferencias con Juntos por el Cambio tiene un objetivo adicional: tratar de eliminar protagonismo a cualquier tercera fuerza que pueda quitarle votos al oficialismo en las elecciones. Esa estrategia, cuidadosamente pensada por los arquitectos del Instituto Patria, tiene serios riesgos en materia de gestión, ya que ponen en duda el acuerdo con el Fondo Monetario y crispa cualquier tipo de arreglo con la oposición para sancionar leyes claves en el Congreso. Entre ellas se encuentran, ni más ni menos, que las vinculadas al Poder Judicial, que son las que más le importan a Cristina. 
De hecho, la expresidenta tuvo días atrás una exposición judicial de alto voltaje político y poco defensa judicial. Entre las personas nombradas por Cristina estaba el expresidente Macri y trece jueces. Ninguno de todos ellos le respondió ni siquiera de forma tangencial. La causa “dólar futuro” tiene muy poco asidero y seguramente terminará en la nada, ya que la judicialización de las medidas económicas, de avanzar, podría generar que nadie quiera ocupar el Palacio de Hacienda. Curiosamente, esto ocurrió unos días después de que Alberto Fernández haya anunciado una investigación penal por el acuerdo de Mauricio Macri con el FMI. ¿No es esa otra causa de judicialización de la política económica? Muchos se hacen la misma pregunta. 
La mimetización entre el jefe de Estado y su vicepresidenta que se vio el 1 de marzo en la Asamblea Legislativa no causó mayor sorpresa, ya que Alberto venía radicalizando su discurso hace varios meses. Sin embargo, lo que sí llamó poderosamente la atención es que ni siquiera haya intentado mostrar ciertos dotes de racionalidad discursiva, que fue el gran valor agregado que lo puso en el sillón de Rivadavia. El mandatario tuvo la importante oportunidad de contarle al pueblo qué piensa hacer para acelerar la vacunación, cómo se va a controlar la emisión monetaria y de qué forma se van a desdolarizar las tarifas sin poner en quiebra aún más al sistema.
El jefe de Estado todavía tiene crédito por parte de la sociedad para revertir muchos de los problemas que aquejan al país, el problema es que se está generando una crisis de expectativas en donde la población cree que la situación general va a ser peor que la de ahora. Mirado desde un estricto punto de vista técnico, eso no sería tan así, ya que habrá un rebote importante en la actividad económica producto del desastre de 2020 y también crecerá al asistencia del Estado a medida que se acerque la fecha de los comicios legislativos.
Si el Presidente sumaba votos que Cristina nunca lograría, ¿cuál es el objetivo de mostrarlo tan parecido a su jefa? Cerca del Presidente negaron ayer a El Tribuno que Alberto se haya radicalizado y siguen destacando que se trata de un “hombre de diálogo”, pero admitieron que “la Justicia no puede seguir como está” y que en eso el mandatario debe ser “muy firme”, ya que el proyecto de reforma que envió al Congreso sigue durmiendo en la Cámara de Diputados. 
No hay que olvidarse que Fernández llegó a tener picos de más del ochenta por ciento de imagen positiva cuando se mostró conciliador con la oposición y con un discurso moderado en lo político y económico. A medida que fue alejándose de ese perfil con medidas como la expropiación de Vicentin, la suba de las retenciones al maíz y una política exterior no muy clara, ese diferencial empezó a verse recortado, hasta el punto que algunos sondeos lo ubicaron con mayor imagen negativa que Mauricio Macri. 
Alberto sabe que es mirado con lupa por los principales referentes del cristinismo, quienes tienen cierta desconfianza en él tanto por los pocos avances judiciales que tuvo Cristina, por su cercana relación con muchos empresarios que no son del agrado de los kirchneristas de paladar negro y también por sus eventuales aspiraciones reeleccionistas. No hace falta aclarar que ese plan -de existir- está muy lejano a lo que buscan en el Instituto Patria, donde Máximo Kirchner y Axel Kicillof son vistos como los principales candidatos para 2023 y nadie piensa en otro mandato de Alberto. Es por eso que el jefe de Estado, quien nunca logró armar un espacio político propio, debió dar señales de fuerte alineamiento al proyecto cristinista para tratar de saltear el “fuego amigo” que venía recibiendo y que se profundizó con la vacunación VIP, en donde los propios colaboradores de Cristina cuestionaron públicamente la gestión sanitaria del Gobierno.
Si bien nadie puede descartar ningún escenario a más de dos años de las presidenciales, la percepción es que Alberto no tiene en su cabeza buscar otro mandato porque eso implicaría, indefectiblemente, pelearse con Cristina y poner en juego casi toda su gobernabilidad. La prioridad del Presidente es terminar su gestión de la mejor forma posible y ser recordado por logros como el acuerdo con los bonistas, el arreglo con el FMI -que se pasaría para después de las elecciones- una campaña de vacunación que llegue a lograr la inmunidad de rebaño y una baja sostenida de la inflación, que Macri la dejó por encima del sesenta por ciento anual. “La intención de Alberto es ser un buen presidente, sólo así su nombre podría quedar anotado para la carrera de 2023 o 2027. Lo de un albertismo no existe ni nunca existió”, explicó a este diario una fuente del entorno presidencial. 

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El clima político de la Argentina atraviesa su momento de mayor confrontación desde que Alberto Fernández asumió la presidencia. Lejos de la unión de los argentinos y del final de las confrontaciones, cosa se vio fuertemente al inicio de la pandemia, el Gobierno nacional decidió profundizar al máximo la grieta con el macrismo, con la Justicia y con los medios masivos de comunicación, en un claro intento por acelerar las reformas que por ahora no pudo alcanzar. Además, la idea de agravar las diferencias con Juntos por el Cambio tiene un objetivo adicional: tratar de eliminar protagonismo a cualquier tercera fuerza que pueda quitarle votos al oficialismo en las elecciones. Esa estrategia, cuidadosamente pensada por los arquitectos del Instituto Patria, tiene serios riesgos en materia de gestión, ya que ponen en duda el acuerdo con el Fondo Monetario y crispa cualquier tipo de arreglo con la oposición para sancionar leyes claves en el Congreso. Entre ellas se encuentran, ni más ni menos, que las vinculadas al Poder Judicial, que son las que más le importan a Cristina. 
De hecho, la expresidenta tuvo días atrás una exposición judicial de alto voltaje político y poco defensa judicial. Entre las personas nombradas por Cristina estaba el expresidente Macri y trece jueces. Ninguno de todos ellos le respondió ni siquiera de forma tangencial. La causa “dólar futuro” tiene muy poco asidero y seguramente terminará en la nada, ya que la judicialización de las medidas económicas, de avanzar, podría generar que nadie quiera ocupar el Palacio de Hacienda. Curiosamente, esto ocurrió unos días después de que Alberto Fernández haya anunciado una investigación penal por el acuerdo de Mauricio Macri con el FMI. ¿No es esa otra causa de judicialización de la política económica? Muchos se hacen la misma pregunta. 
La mimetización entre el jefe de Estado y su vicepresidenta que se vio el 1 de marzo en la Asamblea Legislativa no causó mayor sorpresa, ya que Alberto venía radicalizando su discurso hace varios meses. Sin embargo, lo que sí llamó poderosamente la atención es que ni siquiera haya intentado mostrar ciertos dotes de racionalidad discursiva, que fue el gran valor agregado que lo puso en el sillón de Rivadavia. El mandatario tuvo la importante oportunidad de contarle al pueblo qué piensa hacer para acelerar la vacunación, cómo se va a controlar la emisión monetaria y de qué forma se van a desdolarizar las tarifas sin poner en quiebra aún más al sistema.
El jefe de Estado todavía tiene crédito por parte de la sociedad para revertir muchos de los problemas que aquejan al país, el problema es que se está generando una crisis de expectativas en donde la población cree que la situación general va a ser peor que la de ahora. Mirado desde un estricto punto de vista técnico, eso no sería tan así, ya que habrá un rebote importante en la actividad económica producto del desastre de 2020 y también crecerá al asistencia del Estado a medida que se acerque la fecha de los comicios legislativos.
Si el Presidente sumaba votos que Cristina nunca lograría, ¿cuál es el objetivo de mostrarlo tan parecido a su jefa? Cerca del Presidente negaron ayer a El Tribuno que Alberto se haya radicalizado y siguen destacando que se trata de un “hombre de diálogo”, pero admitieron que “la Justicia no puede seguir como está” y que en eso el mandatario debe ser “muy firme”, ya que el proyecto de reforma que envió al Congreso sigue durmiendo en la Cámara de Diputados. 
No hay que olvidarse que Fernández llegó a tener picos de más del ochenta por ciento de imagen positiva cuando se mostró conciliador con la oposición y con un discurso moderado en lo político y económico. A medida que fue alejándose de ese perfil con medidas como la expropiación de Vicentin, la suba de las retenciones al maíz y una política exterior no muy clara, ese diferencial empezó a verse recortado, hasta el punto que algunos sondeos lo ubicaron con mayor imagen negativa que Mauricio Macri. 
Alberto sabe que es mirado con lupa por los principales referentes del cristinismo, quienes tienen cierta desconfianza en él tanto por los pocos avances judiciales que tuvo Cristina, por su cercana relación con muchos empresarios que no son del agrado de los kirchneristas de paladar negro y también por sus eventuales aspiraciones reeleccionistas. No hace falta aclarar que ese plan -de existir- está muy lejano a lo que buscan en el Instituto Patria, donde Máximo Kirchner y Axel Kicillof son vistos como los principales candidatos para 2023 y nadie piensa en otro mandato de Alberto. Es por eso que el jefe de Estado, quien nunca logró armar un espacio político propio, debió dar señales de fuerte alineamiento al proyecto cristinista para tratar de saltear el “fuego amigo” que venía recibiendo y que se profundizó con la vacunación VIP, en donde los propios colaboradores de Cristina cuestionaron públicamente la gestión sanitaria del Gobierno.
Si bien nadie puede descartar ningún escenario a más de dos años de las presidenciales, la percepción es que Alberto no tiene en su cabeza buscar otro mandato porque eso implicaría, indefectiblemente, pelearse con Cristina y poner en juego casi toda su gobernabilidad. La prioridad del Presidente es terminar su gestión de la mejor forma posible y ser recordado por logros como el acuerdo con los bonistas, el arreglo con el FMI -que se pasaría para después de las elecciones- una campaña de vacunación que llegue a lograr la inmunidad de rebaño y una baja sostenida de la inflación, que Macri la dejó por encima del sesenta por ciento anual. “La intención de Alberto es ser un buen presidente, sólo así su nombre podría quedar anotado para la carrera de 2023 o 2027. Lo de un albertismo no existe ni nunca existió”, explicó a este diario una fuente del entorno presidencial. 

El efecto Formosa

Para el Gobierno nacional, el estallido que se provocó en la provincia de Gildo Insfran es de suma delicadeza, ya que se trata de un mandatario que fue elogiado infinita cantidad de veces por Alberto y Cristina, y que representa una pieza clave en el armado del kirchnerismo en el Noreste del país.
Es verdad que Formosa tiene bajísimos índices de contagios desde que se inició la pandemia, el problema acá es cuál es el costo de esa mega cuarentena que, entre otras cosas, todavía mantiene cerradas las escuelas y buena parte de los comercios. El Presidente condenó la “violencia institucional” que hubo en la provincia, eso es innegable, pero no hizo una sola mención a las violaciones a los derechos humanos que están denunciando hasta los organismos internacionales. Hay aliados que a veces restan más de lo que suman, y el caso de Insfrán parecería la radiografía más clara de ello.