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El manisero, artífice de una labor bien argentina

Antonio Campero es un vendedor ambulante que trabajó el maní durante toda su vida, heredando el oficio de su abuelo.
Domingo, 07 de marzo de 2021 01:00

Es estremecedor escuchar a aquella pequeña locomotora que se aproximaba desde la lejanía. Mientras refrescaba la tarde, el silbido fuerte se presentaba con todas las ganas y la puntualidad de un reloj suizo. A las 19, llegaba a paso de hombre el mecanismo híbrido con cabeza de tren y cuerpo de bicicleta; y, a su lado, el conductor que lo guíaba. Una esquina se prestó para el nuevo el aviso. Y el silbido sin parecer añejo, cobró relevancia ante la calle en silencio que tampoco ofrecía movimiento. Entonces de nuevo, salió al aire aquél vapor condensado en un ruido agudo, luego de juntar fuerzas para sonar preciso. Ya de cerca, Antonio Campero comenzaba su labor y a autogenerarse en la rutina abierta al público que se renueva a la hora de disfrutar del maní calentito.

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Es estremecedor escuchar a aquella pequeña locomotora que se aproximaba desde la lejanía. Mientras refrescaba la tarde, el silbido fuerte se presentaba con todas las ganas y la puntualidad de un reloj suizo. A las 19, llegaba a paso de hombre el mecanismo híbrido con cabeza de tren y cuerpo de bicicleta; y, a su lado, el conductor que lo guíaba. Una esquina se prestó para el nuevo el aviso. Y el silbido sin parecer añejo, cobró relevancia ante la calle en silencio que tampoco ofrecía movimiento. Entonces de nuevo, salió al aire aquél vapor condensado en un ruido agudo, luego de juntar fuerzas para sonar preciso. Ya de cerca, Antonio Campero comenzaba su labor y a autogenerarse en la rutina abierta al público que se renueva a la hora de disfrutar del maní calentito.

Sea dulce o salado, cada otoño o invierno, la labor del manisero vuelve a tomar un lugar de destaque en la vida urbana. Una y otra vez se hace presente mediante ese andar continuo que llega repleto de conitos de papel desbordados de miniaturas tostadas. Todos los maníes recorren a diario, caminos distintos, ya en versión garrapiñada, o con la sal justa, están listos para deleitarse. Ambos por separado, conviven en la máquina que los transporta, bordeándola de sabor hacia los costados.

Por un lado, las dulzuras apiladas que llevan en sí mismas, el cobre de la paila que las cobijó antes de ser llenar bolsitas de plástico transparente. Mientras que -en simultáneo- el cajón escondido bajo la chimenea contiene a los salados, dispuestos con el dorado extraído de una cocción pareja, cuidadosamente artesanal; pero siempre respetando el punto que 59 años atrás, atrapaba el gusto y la atención de aquél niño de 7, que hoy con 66, tiene por oficio ser manisero.

"Los años que tengo trabajando son incontables, es hermoso pero muy sacrificado, me ha dado muchas satisfacciones", expresó Antonio Campero, quien recordó de la mejor manera la gentileza heredada de su abuelo Antonio Flores ante el saber tradicional que le permite, en la actualidad, ganarse la vida.

Recorrer las calles con una fe indiscutida es la premisa que lleva este trabajador junto a la alegría de considerarse todo un experto del maní casero.

"Lo elaboro en mi casa con insumos nacionales; lo que hago es del día y todo con mercadería fresca", contó con una voluntad de hierro, igual a la de la su transportador notablemente modificado gracias a la viveza criolla para llevar adelante su tarea.

Esta tradición interminable o bien costumbre arraigada se sirve de la urbanidad y de la independencia para valorarse mejor. Y así lo entendió Campero. "Soy de la calle y para mí es un trabajo honesto, la gente me conoce y confía", aseguró el vendedor que en sus inicios anduvo por Ciudad de Nieva, San Pedrito y en la avenida del sur, Almirante Brown.

Elevó al maní al grado de ser un producto de excelencia, cuyo origen cordobés, rosarino o porteño, logró con éxito atravesar edades, estaciones y épocas; otoños, inviernos, barrios y ciudades, ante la necesidad de sentir en el paladar la remembranza de tiempos nada ajenos a nuestra historia nacional.

"Lo veía a mi abuelo cómo tostaba el maní y me gustaba, de él yo aprendí. Aparte me enseñaba a tratar a la gente, a ser predispuesto", contó este manisero que en su infancia, vivía muy cerca del río Xibi Xibi junto a su mamá y su hermano.

Cada maní lo trabaja con una dedicación única, como si los envolviera en papel para regalo antes de empezar su travesía.

"Lo preparo en una "grimallera" que yo fabriqué, es algo muy casero donde tuesto el maní vuelta y vuelta, lo voy colocando en una bandeja y lo voy dorando hasta llegar al punto x", dijo Campero, detallando parte de su hacer cotidiano, remarcando que después de tantos años, ya tiene cierto "ojo" que lo hace reconocer bien "el" punto.

"Toda mi vida salí a vender maníes. Con humildad pienso que uno se gana el cielo, con el trabajo. Me siento tranquilo y contento con lo que hago", dijo el vendedor revelando que su receta es una preparación muy simple pero que se impregna de secretos para estar bien lograda.

“Ser siempre amable y servicial”
“Le enseño a mis hijos y nietos lo que he aprendido siendo manisero; donde uno va, siempre tiene que ser atento y predispuesto, ser amable con la gente”, afirmó Antonio Campero, un trabajador al que no le cuesta nada continuar su labor, con voluntad y honestidad.
Antes de reiniciar el recorrido con el fin de acercar su especialidad tibia por las avenidas Forestal, Undiano y Teniente Farías hasta las oficinas del Registro Civil y, finalmente, volver a su hogar; “Camperito” -como le dicen sus amigos- les dejó un mensaje motivador. 
Les pidió que, en lo que hicieran, tengan un fuerte compromiso y un gran sentido de la responsabilidad, sea un oficio o una carrera profesional. 
El manisero es uno de los oficios que se está perdiendo, pero entre quienes se encuentran realizándolo, pueden germinar nuevas semillas que aseguren frutos para más adelante. 
“Es triste ver que quedamos pocos, pero también veo chicos jóvenes que trabajan con el maní y me siento tranquilo. Algunas veces se me acercan y me dicen: ’¿usted no era el hombre que pasaba por mi barrio?’ y veo que los años no vienen solos, que le reconozcan a uno es algo muy lindo”, finalizó orgulloso el vendedor ambulante que continuó guiando a su rojinegra bici-locomotora con rumbo interminable.

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