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Una decisión que dejó marcas en el Gobierno

Domingo, 18 de abril de 2021 01:03

Fuertemente presionado por los gremios docentes y por el gobernador bonaerense Axel Kicillof, Alberto Fernández dejó su tradicional equilibrio de lado y mostró esta semana su costado más intransigente desde que asumió el sillón de Rivadavia, regalándole a la oposición una bandera clave como la educación presencial en medio de la campaña electoral. Por alguna razón difícil de comprender, el jefe de Estado inició un período de aislamiento político con sus detractores y con muchos empresarios a más de tres años de terminar su mandato, lo que en política representa una eternidad. 
El hecho de suspender por dos semanas las clases en el Amba sin el acuerdo de su comité de infectólogos, sin consultarle al jefe de Gobierno porteño y sin escuchar a sus propios ministros le generó al mandatario una inesperada crisis política en su gestión y continuó acercando su figura a la de Cristina Kirchner, alejándose así de su perfil dialoguista que lo llevó a la presidencia.
El jefe de Estado tuvo palabras realmente increíbles para un político de su investidura, ya que terminó peleado con Horacio Rodríguez Larreta -el opositor que más lo acompañó-, con el personal de salud -al que acusó de haberse “relajado”- y con las personas con discapacidad -a quienes calificó de no entender la magnitud de la pandemia-. En el fondo, el discurso de Alberto señala que la culpa del récord de casos es de cualquiera menos de las autoridades, quienes autorizaron que se muevan por el país más de cuatro millones y medio de personas para Semana Santa sin ningún tipo de restricción. En ese contexto, dos de sus principales ministros, Nicolás Trotta y Carla Vizzotti, quedaron severamente expuestos ante la opinión pública luego de que los anuncios contradigan sus posiciones expresadas ese mismo día garantizando la continuidad de la educación presencial. Trotta, un hombre muy ligado al sindicalista porteño Víctor Santa María, fue el que más acusó el golpe y durante varias horas circularon rumores de su renuncia. “Nicolás se llamó a silencio para no agravar las cosas pero él sigue creyendo que las clases deben ser lo último que se cierra”, dijo un colaborador del ministro que pidió reserva de su identidad. El caso de Vizzotti fue menos resonante porque la preocupación central de la funcionaria está puesta en cómo conseguir más vacunas para que no se detenga el proceso de inmunización. La llegada de un millón y medio de dosis desde Holanda y Rusia le aporta un mínimo aire fresco al Gobierno, pero esa cantidad sólo alcanzará para una semana y media de inoculación. La decisión de suspender las clases, que fue tomada por Cristina y Axel Kicillof y ejecutada por Fernández, se anunció por la descontrolada situación sanitaria que se vive en la provincia de Buenos Aires, en donde el sistema de salud se encuentra severamente afectado por más de diez mil nuevos casos al día. La situación en la Ciudad de Buenos Aires no es muy diferente, ya que suma más de tres mil contagios al día y sus hospitales tienen mucha gente internada con otras patologías diferentes al coronavirus. Ese fue uno de los argumentos por el cual Alberto cuestionó al sistema sanitario porteño por haber aprovechado la baja en los casos que hubo a partir de diciembre para atender enfermedades que se venían postergando. ¿No son los hospitales los que deben bregar por los tratamientos de las personas o la solución será agravar todas las patologías previas para atender sólo pacientes Covid? La estrategia no está clara. 
Al suspender inconsultamente las clases en la Ciudad de Buenos Aires, Alberto rompió los pocos puentes que quedaban con la oposición para llevar una gestión de la pandemia con verdadero consenso político y con mayor respaldo social. Hay que recordar que cuando el jefe de Estado abrió el juego y se exhibió con una impronta dialoguista, estuvo meses al tope de las encuestas de opinión. Hoy, en medio de la falta de vacunas y del récord de casos, manejarse sin coordinación con otras autoridades y acentuar el verticalismo presidencial parecen decisiones complejas desde lo científico y muy poco prudentes desde lo político. 
Un funcionario con despacho en la Casa Rosada aseguró ayer a El Tribuno que “Alberto tomó la decisión correcta porque siempre es mejor prevenir que curar. Sabíamos que Larreta iba a quedar parado en el centro de la escena pero priorizamos bajar la circulación para evitar un colapso en los hospitales”
Todo esto ocurre justo cuando la figura del jefe de Estado retrocedió fuertemente en las encuestas por la percepción de que la moderación, que lo llevó a la presidencia hace tiempo, ya es cosa del pasado. Lo curioso en este caso es que se percibe un notorio desencanto entre los jóvenes que votaron al Presidente en 2019, ya que muchos de ellos afirmaron sentirse defraudados por la gestión ante la pandemia. Actualmente, la imagen positiva de Alberto es casi similar a la de Cristina, lo que estaría marcando que la aceptación del mandatario sería casi exclusivamente en sectores kirchneristas que votarán al Frente de Todos pase lo que pase. 

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Fuertemente presionado por los gremios docentes y por el gobernador bonaerense Axel Kicillof, Alberto Fernández dejó su tradicional equilibrio de lado y mostró esta semana su costado más intransigente desde que asumió el sillón de Rivadavia, regalándole a la oposición una bandera clave como la educación presencial en medio de la campaña electoral. Por alguna razón difícil de comprender, el jefe de Estado inició un período de aislamiento político con sus detractores y con muchos empresarios a más de tres años de terminar su mandato, lo que en política representa una eternidad. 
El hecho de suspender por dos semanas las clases en el Amba sin el acuerdo de su comité de infectólogos, sin consultarle al jefe de Gobierno porteño y sin escuchar a sus propios ministros le generó al mandatario una inesperada crisis política en su gestión y continuó acercando su figura a la de Cristina Kirchner, alejándose así de su perfil dialoguista que lo llevó a la presidencia.
El jefe de Estado tuvo palabras realmente increíbles para un político de su investidura, ya que terminó peleado con Horacio Rodríguez Larreta -el opositor que más lo acompañó-, con el personal de salud -al que acusó de haberse “relajado”- y con las personas con discapacidad -a quienes calificó de no entender la magnitud de la pandemia-. En el fondo, el discurso de Alberto señala que la culpa del récord de casos es de cualquiera menos de las autoridades, quienes autorizaron que se muevan por el país más de cuatro millones y medio de personas para Semana Santa sin ningún tipo de restricción. En ese contexto, dos de sus principales ministros, Nicolás Trotta y Carla Vizzotti, quedaron severamente expuestos ante la opinión pública luego de que los anuncios contradigan sus posiciones expresadas ese mismo día garantizando la continuidad de la educación presencial. Trotta, un hombre muy ligado al sindicalista porteño Víctor Santa María, fue el que más acusó el golpe y durante varias horas circularon rumores de su renuncia. “Nicolás se llamó a silencio para no agravar las cosas pero él sigue creyendo que las clases deben ser lo último que se cierra”, dijo un colaborador del ministro que pidió reserva de su identidad. El caso de Vizzotti fue menos resonante porque la preocupación central de la funcionaria está puesta en cómo conseguir más vacunas para que no se detenga el proceso de inmunización. La llegada de un millón y medio de dosis desde Holanda y Rusia le aporta un mínimo aire fresco al Gobierno, pero esa cantidad sólo alcanzará para una semana y media de inoculación. La decisión de suspender las clases, que fue tomada por Cristina y Axel Kicillof y ejecutada por Fernández, se anunció por la descontrolada situación sanitaria que se vive en la provincia de Buenos Aires, en donde el sistema de salud se encuentra severamente afectado por más de diez mil nuevos casos al día. La situación en la Ciudad de Buenos Aires no es muy diferente, ya que suma más de tres mil contagios al día y sus hospitales tienen mucha gente internada con otras patologías diferentes al coronavirus. Ese fue uno de los argumentos por el cual Alberto cuestionó al sistema sanitario porteño por haber aprovechado la baja en los casos que hubo a partir de diciembre para atender enfermedades que se venían postergando. ¿No son los hospitales los que deben bregar por los tratamientos de las personas o la solución será agravar todas las patologías previas para atender sólo pacientes Covid? La estrategia no está clara. 
Al suspender inconsultamente las clases en la Ciudad de Buenos Aires, Alberto rompió los pocos puentes que quedaban con la oposición para llevar una gestión de la pandemia con verdadero consenso político y con mayor respaldo social. Hay que recordar que cuando el jefe de Estado abrió el juego y se exhibió con una impronta dialoguista, estuvo meses al tope de las encuestas de opinión. Hoy, en medio de la falta de vacunas y del récord de casos, manejarse sin coordinación con otras autoridades y acentuar el verticalismo presidencial parecen decisiones complejas desde lo científico y muy poco prudentes desde lo político. 
Un funcionario con despacho en la Casa Rosada aseguró ayer a El Tribuno que “Alberto tomó la decisión correcta porque siempre es mejor prevenir que curar. Sabíamos que Larreta iba a quedar parado en el centro de la escena pero priorizamos bajar la circulación para evitar un colapso en los hospitales”
Todo esto ocurre justo cuando la figura del jefe de Estado retrocedió fuertemente en las encuestas por la percepción de que la moderación, que lo llevó a la presidencia hace tiempo, ya es cosa del pasado. Lo curioso en este caso es que se percibe un notorio desencanto entre los jóvenes que votaron al Presidente en 2019, ya que muchos de ellos afirmaron sentirse defraudados por la gestión ante la pandemia. Actualmente, la imagen positiva de Alberto es casi similar a la de Cristina, lo que estaría marcando que la aceptación del mandatario sería casi exclusivamente en sectores kirchneristas que votarán al Frente de Todos pase lo que pase. 

La economía

Mientras todas las miradas se centran en el que combate de la segunda ola de coronavirus, la economía sigue mostrando señales complejas. La inflación de casi cinco por ciento en marzo encendió todas las alarmas, ya que difícilmente los salarios vayan a poder recomponerse ante la creciente disparada de los precios. En el Instituto Patria saben que la recuperación del consumo es tan importante como la vacunación, por eso preparan medidas para los sectores que gastan todos sus ingresos en comercios y supermercados. Por ahora, la pelea contra la inflación se basa en arcaicos controles de precios y en amenazas de restringir las exportaciones de carne. Parece obvio, pero si se toman las mismas medidas se llegará al mismo lugar.