Con ese espíritu aventurero que lo caracteriza, a los 17 años se fue a Buenos Aires, donde se recibió de ingeniero en Sistema y desde allí empezó la aventura mayor.
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Con ese espíritu aventurero que lo caracteriza, a los 17 años se fue a Buenos Aires, donde se recibió de ingeniero en Sistema y desde allí empezó la aventura mayor.
Impulsado por cuatro amigas cordobesas que se iban a Nueva Zelanda con una working holiday, tomó la decisión de acompañarlas.
Fue así que en cuestión de segundos, con una mochila armada a las corridas y con el pasaje de avión más caro de su vida (más de U$S 3.000), se fue. Con la raqueta y la guitarra a cuestas, fieles compañeras a las que no podía dejar.
En 2009 Manuel llegó a Auckland, luego se fue a probar suerte a Wellington, ciudad de la que se enamoró y decidió quedarse. Con los objetivos bien claros empezó la búsqueda de un puesto de trabajo en Information Technology (IT).
"Me quedé y aposté a conseguir un sponsor para tener la visa". Y apenas la consiguió comenzó a hacer sociales en el transcurso de su visa de turista que, muy aventurado, extendió sin todavía tener una propuesta fija. Estaba decidido a conseguirlo y después de pelearla durante cinco meses, el riesgo valió la pena.
Durante todo ese tiempo el jujeño capitalizó cada una de sus experiencias y oportunidades. Al punto que en una charla casual a la salida de un teatro fue que recibió una propuesta laboral y de la mano de ella el sponsor que necesitaba.
A partir de ese momento sólo cosas buenas empezaron a suceder.
Además de lograr desarrollarse profesionalmente como lo esperaba, pudo viajar por el mundo, recorriendo más de 20 países europeos, conoció a Amelie, su actual esposa y madre de su hija Alma, con la que comparte el gusto por los viajes.
Encontrando el amor
Amelie es de Alemania y estaba de vacaciones en Nueva Zelanda y en su único día de visita a Wellington conoció al jujeño en un concierto. Por la mañana él la llevó al aeropuerto, intercambiaron números y el amor hizo lo suyo. Mantuvieron una relación a distancia unos 3 meses hasta que él decidió irse a Alemania a verla. Estuvieron ahí un año y juntos decidieron mudarse a Australia, donde tuvieron a Alma, se hicieron de sus casas tan anheladas y dieron rienda suelta a la aventura.
Cuando llegaron a Australia se compraron una camioneta 4x4 y la equiparon para ir de viaje, con ella bordearon toda la costa Este desde Melbourne hasta Sunshine Coast, unos 2 mil kilómetros que recorrieron en dos meses. Parando en todas y cada una de las playas.
Confianza,dedicación y placer
El jujeño es un aficionado al tenis. Con una buena escuela desde los 8 años, Manuel compitió en torneos provinciales, en interclubes en Buenos Aires y en Australia ganó en dos temporadas la Superliga. Aunque ahora no dispone de tanto tiempo para dedicarse al deporte, por las noches se hace un lugarcito y vuelve a ese amor que tantos trofeos y satisfacciones le dio y le sigue dando. Tal es la pasión que tiene tatuado en su brazo una red de tenis.
Pero toda esta seguidilla de cosas buenas no se dieron mágicamente, sino que todo lo conseguido fue bien pensado, a base de riesgos y gracias a la toma de buenas decisiones.
"Los argentinos somos muy especiales porque somos muy aferrados a la familia, más que los italianos y los mexicanos. Cuando decidí irme de mi país yo ya tenía en claro que tenía que valer la pena. No me iba a ir para ganar la mínima, me iba a ir para triunfar", dijo. Y así fue.
Desde su experiencia el jujeño dijo: "El mensaje es que si vas a dejar a tu familia, que valga la pena. Tenés que creer en tu talento y confiar en vos mismo. Hay que estudiar idiomas. Argentina tendría que ser una nación que domine también el inglés. Porque el inglés es el lenguaje de los negocios. La mayoría de las empresas asiáticas pueden trabajar con personas que hablen inglés", consideró Manuel, quien pese a estar pasando por un muy buen momento, extraña "terriblemente" a su familia.