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La desigualdad está detrás de las protestas en Kazajistán

Viernes, 14 de enero de 2022 01:03

Almaty, la capital comercial de Kazajistán, es el tipo de espejismo que suelen ofrecer los países ricos en petróleo. A simple vista, tiene todos los elementos que representan el confort y el consumo excesivo: centros comerciales ostentosos, hoteles exclusivos y concesionarios de coches de lujo.

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Almaty, la capital comercial de Kazajistán, es el tipo de espejismo que suelen ofrecer los países ricos en petróleo. A simple vista, tiene todos los elementos que representan el confort y el consumo excesivo: centros comerciales ostentosos, hoteles exclusivos y concesionarios de coches de lujo.

Esta es la imagen de prosperidad que a los gobernantes del país les gusta proyectar al mundo. Durante décadas, se ha incentivado a la ciudadanía a pedir préstamos elevados para poder experimentar su parte de este espejismo: comprar pisos, coches e incluso vacaciones que apenas pueden permitirse.

Sin embargo, más allá de los límites de Almaty y de la capital, Nursultán (llamada Astaná hasta 2019), la ilusión empieza a parecer resquebrajada. Y las causas de las protestas que actualmente sacuden al país centroasiático salen a la luz. El salario medio mensual es inferior a 530 euros. Los policías, los médicos, los profesores y todo tipo de funcionarios complementan su escaso salario con sobornos.

En el extremo occidental de este vasto país, que es cinco veces más grande que España en extensión pero con un tercio de su población, se encuentra la árida provincia de Mangystau, donde se concentra la mayoría de las reservas de petróleo de Kazajistán. Es aquí donde ha originado el malestar que ahora se apodera del país.

El Gobierno quiere introducir las reglas del libre mercado y enterrar de una vez por todas los vestigios de la economía planificada que imperaba cuando Kazajistán era una república soviética. Con este espíritu, ha eliminado gradualmente las subvenciones al gas licuado de petróleo, el combustible que muchos habitantes del oeste del país utilizan para sus coches.

El día de Año Nuevo, los conductores se despertaron y descubrieron que llenar el depósito les costaría el doble que el día anterior. Así estallaron las manifestaciones.

Este tipo de arbitrariedades son especialmente graves en el oeste del país. ¿Por qué, si sus regiones contribuyen tanto a la riqueza del país, se invierte tan poco en infraestructuras básicas? ¿Por qué los trabajadores petroleros extranjeros ganan mucho más que los kazajos? ¿Por qué el Gobierno no escucha las quejas de la gente hasta que esta sale en masa a la calle?

Tuvo que producirse un incendio mortal en la ciudad de Nursultán, en el que murieron cinco niños de una misma familia en febrero de 2019, para que el Gobierno se abstuviera de enviar a la Policía a reprimir las protestas de ciudadanos que exigían más ayudas para los hogares con bajos ingresos. Ni siquiera la Policía kazaja se atrevió a frenar esas protestas, como suele hacer hasta con las concentraciones más irrelevantes.

Un síntoma de este malestar es que cuando comienzan las temporadas de protestas, su alcance se amplía rápidamente. Los habitantes de la ciudad petrolera occidental de Zhanaozen salieron a la calle el 2 de enero para exigir una bajada de los precios del combustible. Dos días más tarde, cuando los habitantes de Almaty, a unos 1.200 kilómetros de distancia, salieron a la calle, las consignas habían cambiado.

En un sombrío eco de las revueltas en muchos otros países autoritarios, el entusiasmo no tardó en torcerse. La Policía antidisturbios se abalanzó contra los manifestantes con gases lacrimógenos y granadas de concusión para dispersar a las columnas de manifestantes pacíficos que marcharon hacia la Plaza de la República de Almaty. El mensaje fue claro: las manifestaciones masivas de disidencia no son aceptables.

 

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