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"El Carnaval es el tiempo de quitarnos las máscaras del día a día"

Miércoles, 02 de marzo de 2022 01:00

MARÍA E. MONTERO

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MARÍA E. MONTERO

El músico, poeta, cantor, e investigador de la cultura, es una de las voces y pensamientos con más claridad a la hora de reflejarnos.

El Carnaval merece respeto y tiene un sentido mucho más profundo que el colorido y el brillo de un espectáculo.

"Yo vivo el Carnaval desde joven, desde adolescente, y me gusta contemplar nuestra cultura, y de ahí saco conclusiones y escribo algunas cosas", aclara.

- En diciembre posteaste algo en tus redes, aclarando que el Carnaval no se hace ni se deja de hacer, que es un acto de fe, que simplemente sucede, y que no es una decisión del gobierno ni de la gente. Fue en plena discusión por el rebrote de la pandemia. ¿Valía esa tristeza que tuvimos en el 2021 del no encuentro para el tiempo del Carnaval porque creímos que el Carnaval no se hizo?

Yo creo que tiene que ver con eso. El Carnaval es un ritual, como la Pachamama, como corpachar, no es que no se hizo, sucedió. Fue distinto, de otra forma, pero quizás el Carnaval se sintió mucho más diferente en pandemia, porque tiene todo esto de lo comunitario, y del compartir. Es difícil celebrar un Carnaval solo, porque en la comunidad es donde sucede. Yo veía que había una discusión sobre si se hacía o no el Carnaval, y fue como repensarnos. Yo parto, cuando hablo de Jujuy, de que nuestra cultura está viva, no hablo del recuerdo como sucede en otros lugares. Eso genera una dinámica de conflicto, porque hay gente que quiere llevar eso a un espectáculo, y hay gente que lo vive cotidianamente. Ese es el nudo del conflicto, porque un espectáculo tiene reglas, normas, horarios, y lo que sucede popularmente no va de la mano de eso. Los rituales tienen un proceso interno, y tienen la repetición de un patrón, que te hace entrar en un estado de conexión con los demás y con vos mismo. Entonces limitar el Carnaval hasta las ocho de la noche por ejemplo, no es posible. En una invitación como las que se hacen en las familias para Carnaval, todo se termina cuando todos se van, no hay un horario.

Por un lado, entiendo que tiene que haber un control y una organización.

- ¿Y cómo se puede manejar eso? ¿Hasta qué punto es válido esto de "espectacularizar" el ritual, con la intención de darnos a conocer?

No lo sé, porque está sucediendo. Estamos en ese proceso. Igualmente, no le quito mérito a eso. Más que pensar y repensar eso, hay que pensar la sociedad en la que vivimos, porque la pertenencia a todo te la da el dinero. Yo escucho a Los Tekis que cantan "No tengo bandera, no tengo mojón", y es un análisis antropológico de lo que pasa, porque hay muchísima gente que no tiene su comparsa, y ahí tiene su lugar de pertenencia. Por otro lado, está el comercio, pero yo voy al hecho cultural en sí, no podemos ver hoy todavía, si afecta o no, es un proceso. Sí creo que quienes toman las decisiones tienen que abrir el diálogo. En Jujuy tenemos la Facultad de Humanidades, la carrera de Antropología, se ha creado mucho conocimiento sobre nosotros mismos, y no están esas voces en ningún lado. Tenemos que escucharnos.

- Y entonces, ¿cuál es tu definición del Carnaval después de tanta información y discusiones, y reflexiones?

Mirá, esto es algo que escribí hace unos años. Creo que acá está lo que pienso.

Por estas latitudes el tiempo del Carnaval es un tiempo que transcurre más allá del tiempo que conocemos, es un tiempo para el encuentro con uno mismo y casi como una paradoja es uno de los encuentros más íntimos y personales que podemos vivir, aunque no se puede vivir en soledad, sino que debe vivirse en comunidad.

La energía de este tiempo a simple vista y hacia afuera es alegre, agitada, festiva y para algunos hasta superficial y chabacana, pero el alcohol, la serpentina, el papel picado, nos penetran casi como un torbellino marrón, internándose en las profundidades más profundas el socavón de nuestra alma, haciendo aflorar hacia la superficie, todas la angustias, las alegrías, las nostalgias, los pesares del trajín cotidiano del año que ha transcurrido y algunas de otros tiempos y otros carnavales que se resisten a marcharse.

El Carnaval es el tiempo de quitarnos las máscaras del día a día, de reencontrarnos con la manada, de vacunarnos contra la culpa y el remordimiento, que se diluyen lentamente en nuestras manos, en el hielo del saratoga, en la siesta larga.

Es el tiempo de encontrarnos con ese "yo" casi olvidado, con el animal que nos habita, reencontrarnos con cosas tan simples, pero tan profundas como nuestro propio olor, que subyace luego de horas y horas de vivir ese ritual de la música y la danza colectiva. Reencontrarnos con el instinto, con lo tribal, con lo no planificado, lo espontáneo, volver a sentir las pulsiones del hambre, el deseo o el sueño, que les pone límites, horarios y reglas a las necesidades vitales.

Ante los ojos de esta humanidad nacional es un tiempo de caos, por eso se inventan y reinventan las mil y uno maneras de intentar controlar esa energía que año a año se desborda y trasciende el comercio, la tradición, la cultura, los buenos modales.

Es una energía poderosa que sana, una plegaria, una oración colectiva que nos conecta con algo más profundo, nos conecta con nosotros mismos y eso es religarnos con el universo. Pachamama, kusilla, kusilla, que me mache y me pierda en lo más profundo de mí mismo.

 

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