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La revolución interior

Martes, 29 de marzo de 2022 01:03

El gran cambio es interno. La transformación comienza desde lo profundo, de lo oculto; como la planta al abrirse la semilla protegida por la tierra fértil.

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El gran cambio es interno. La transformación comienza desde lo profundo, de lo oculto; como la planta al abrirse la semilla protegida por la tierra fértil.

Cuando la modificación se busca afuera es -en algunos casos- por ignorancia o mala información; aunque la mayoría de las veces ocurre por temor a lo que uno mismo, secretamente, alberga.

Por eso Píndaro, hace 2.500 años, desplegando un conocimiento del alma humana capaz de sorprender a la moderna Psicología del siglo XXI, afirmó: "Conviértete en el que eres".

De la misma manera que, según afirman los helenos, en el frontispicio de la entrada al templo dedicado a Apolo en Delfos, donde las sibilas vaticinaban el futuro a los poderosos, había un texto que decía: "Conócete a ti mismo".

A mediados del siglo XX, Carl Gustav Jung sostuvo: "Finalmente nada ocurre en el mundo exterior que, previamente, no esté configurado en la mente de la persona".

O lo que es lo mismo: cada humano no es una hoja seca llevada azarosamente por el viento de otoño que resquebraja y arremolina, sino alguien capacitado para dirigir su existencia, timonear -para bien o para mal- la nave de su vida y construir el futuro.

Sin una revolución interior nada de esto es posible. Hay que atreverse a indagar en los deseos positivos de vida que anidan en lo profundo del alma de cada quien. Es menester convertir la existencia en un desafío permanente.

Y también darse el tiempo necesario para construir una trama de afectos suficientemente intensa, puesto que sin familia, sin amigos, sin trabajo, la persona queda extraviada en un limbo aterrador. A fin de cuentas todos los héroes solares mitológicos pudieron transitar el sendero iniciático porque contaron con eficaz ayuda cada vez que les resultó necesaria.

Parte del psiquismo adulto, de la consciencia madura, simbolizada por los héroes míticos cuando son exitosos, es la certeza de que nunca se está en soledad y que, cada vez que sea requerido, la ayuda surgirá prestamente.

Jasón por mejor que lo acompañaran sus argonautas, jamás habría obtenido el Vellocino de Oro sin la imprescindible e inteligente asistencia de Medea; ni Teseo habría hallado la salida del laberinto sin las indicaciones de Ariadna.

Pero ni la familia, ni los amigos ni una actividad edificadora son resultado de regalos que llegan gratuitamente.

En todos los casos se trata de productos de una semilla previa: una idea precisa y concreta cuya realización lleva –siempre– tiempo, esfuerzo, perseverancia. Una idea precisa y concreta es un conocimiento decidido por uno mismo.

Es tener una meta hacia la que se tiende.

Es responder aquellas dos preguntas de San Ignacio de Loyola: "¿A dónde voy?", "¿Para qué voy?".

La revolución interior comienza con la admisión, racional e irrenunciable, de que cada persona es única e irrepetible. Lo que implica que es correcto prestar atención a modelos ajenos para aprender de ellos tanto en sus logros como en los fracasos obtenidos; siendo siempre inútil la mera copia.

La armonía en el vivir sucede cuando se consigue sentir, pensar y actuar en una misma dirección. Lo que implica darse permiso a que sentimientos, emociones e fantasías vivan -plenos- en la consciencia, descubriendo de este modo la esencia con que cada uno se encuentra dotado.

La revolución interior: tarea de valientes en tiempos como estos donde se hace gala de lo superficial, se aplaude lo externo, se atiende al envase y el envoltorio antes que indagar sobre el contenido.

Necesitamos los nuevos héroes solares que dieron cimiento a las grandes civilizaciones constructoras de la Humanidad.

No importa si fueron reales o imaginarios porque lo cierto es que eran espejo de la plenitud alcanzada por las personas de aquel entonces.

Seres humanos que no pensaron convertirse en dioses; sino en ser mejores, útiles no sólo a sí mismos sino a la comunidad de la que formaban parte.

Corresponde aquí recordar aquella frase de Winston Churchill: "El problema de nuestra época es que la gente no quiere ser útil, quiere ser importante."

Personas que entendieron que existe una arquitectura divina y que dejar que esas disposiciones fluyan desde el interior de nosotros mismos permite una vida en armonía, creativa, espiritual, racional, afectiva. Una existencia en plenitud.

Pero, claro, ¿cuántos se atreven hoy a seguir a Sócrates quien aconsejaba escuchar a los daimon, a las voces interiores?

(*) Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social y parapsicólogo. Su próximo libro es "La revolución interior" que publicará Grupo Argentinidad.