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“La Mataca”

Jueves, 31 de marzo de 2022 01:00

Extranjera, la mataca nunca pudo o no quiso ser una más. El cartero la trajo al regreso de una de sus vacaciones y dijo que se había casado con ella. Vivían solos en una pieza alquilada frente a la plaza. Para el pueblo, sólo existía en los atardeceres cuando se la veía apoyada en el marco de la puerta de la calle.

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Extranjera, la mataca nunca pudo o no quiso ser una más. El cartero la trajo al regreso de una de sus vacaciones y dijo que se había casado con ella. Vivían solos en una pieza alquilada frente a la plaza. Para el pueblo, sólo existía en los atardeceres cuando se la veía apoyada en el marco de la puerta de la calle.

La desaparición de los gatos fue tan lenta que al principio nadie se dio cuenta. Después se pensó que alguien se los estaba comiendo, pero el misterio se aclaró enseguida: se iban a la casa de la mataca.

Durante algún tiempo, sin oposición ni violencia, los gatos fueron recogidos y devueltos a sus hogares. Muchos llegaron a encerrarlos, pero el esfuerzo no duró y terminaron por resignarse.

Cuando murió la mataca, la gente fue al velorio con la secreta esperanza de rescatar a sus gatos. Allí estaban, flacos pero lustrosos y vitales. Al principio se mantuvieron alejados del cadáver, pero al caer la tarde se acercaron y dieron comienzo a una ronda interminable alrededor de la cama. Ante la alarma y el temor de los presentes, el cartero, armado de un látigo, los expulsó una y otra vez.

La escena del velorio fue suficiente para que los propietarios de los gatos desistieran de sus propósitos. Siguen viviendo en la casa de la mataca. El cartero, borracho sin consuelo, inventa historias que el pueblo adorna después de boca en boca. Se dice que los gatos no comen y que en los amaneceres el látigo chasquea incansable.

Este microrrelato originalmente fue publicado el 14 de septiembre de 1986 en el Suplemento cultural (Recopilación a cargo de Gloria C. Quispe)