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El nacimiento de una fiesta

Sabado, 30 de abril de 2022 01:02

En 1990 Michael Ignatieff, refiriéndose a la Pascua comentó que "las sociedades seculares nunca han conseguido proporcionar soluciones sustitutivas de los rituales religiosos". Y señaló que la revolución francesa "puede que convirtiera los súbditos en ciudadanos, puede que pusiera las palabras liberté, égalité y fraternité en el dintel de todas las escuelas y que saqueara los monasterios, pero, aparte del Catorce de Julio, nunca hizo mella en el antiguo calendario cristiano". Mi tema es tal vez la única mella indiscutible que un movimiento secular ha hecho en el calendario cristiano o en cualquier otro calendario oficial, una fiesta que no se instauró en uno o dos países, sino, en 1990, oficialmente en 107 estados. Más aún, se trata de una celebración que no fue instaurada por el poder de los gobiernos o los vencedores, sino por un movimiento totalmente extraoficial integrado por hombres y mujeres pobres. Me refiero al Primero de Mayo, la fiesta internacional del movimiento obrero cuyo centenario debería haberse conmemorado en 1990, puesto que se celebró por primera vez en 1890.

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En 1990 Michael Ignatieff, refiriéndose a la Pascua comentó que "las sociedades seculares nunca han conseguido proporcionar soluciones sustitutivas de los rituales religiosos". Y señaló que la revolución francesa "puede que convirtiera los súbditos en ciudadanos, puede que pusiera las palabras liberté, égalité y fraternité en el dintel de todas las escuelas y que saqueara los monasterios, pero, aparte del Catorce de Julio, nunca hizo mella en el antiguo calendario cristiano". Mi tema es tal vez la única mella indiscutible que un movimiento secular ha hecho en el calendario cristiano o en cualquier otro calendario oficial, una fiesta que no se instauró en uno o dos países, sino, en 1990, oficialmente en 107 estados. Más aún, se trata de una celebración que no fue instaurada por el poder de los gobiernos o los vencedores, sino por un movimiento totalmente extraoficial integrado por hombres y mujeres pobres. Me refiero al Primero de Mayo, la fiesta internacional del movimiento obrero cuyo centenario debería haberse conmemorado en 1990, puesto que se celebró por primera vez en 1890.

Sin embargo, el origen de la fiesta primaveral del Primero de Mayo de la Comunidad Europea no es bolchevique ni tan sólo socialdemócrata, sino todo lo contrario. Se remonta a los políticos antisocialistas que, reconociendo hasta qué punto eran profundas las raíces del Primero de Mayo en las clases obreras europeas, quisieron contrarrestar el atractivo de los movimientos obreros y socialistas haciendo suya su fiesta y transformándola en otra cosa.

El origen inmediato del Primero de Mayo no se discute. Fue una resolución aprobada por uno de los dos congresos rivales que fundaron la Internacional -la marxista- en París en junio de 1889, año del centenario de la revolución francesa. La resolución pedía que se celebrara una manifestación internacional de obreros en un mismo día para reivindicar la jornada laboral de ocho horas ante las respectivas autoridades públicas y de todo tipo.

Y como la Federación Norteamericana del Trabajo ya había decidido celebrar dicha manifestación el 1 de mayo de 1890, debía escogerse este día para la manifestación internacional. Irónicamente, en Estados Unidos el Primero de Mayo nunca arraigó como en otras partes, aunque sólo fuera porque ya existía un día de fiesta cada vez más oficial, el Día del Trabajo, que se celebraba el primer lunes de septiembre.

Sin duda la rapidez con que ascendió y se institucionalizó fue debida al éxito extraordinario de la primera manifestación, la de 1890, al menos en la Europa situada al oeste del imperio ruso y los Balcanes. Los socialistas habían escogido el momento oportuno para fundar o, si se prefiere, reconstituir una Internacional.

La primera celebración de esta fiesta coincidió con un avance triunfante de la fuerza y la confianza del trabajo en numerosos países. Por citar sólo dos ejemplos conocidos: la irrupción del Nuevo Sindicalismo en Gran Bretaña después de la huelga portuaria de 1889, y la victoria socialista en Alemania, donde el Reichstag se negó a continuar la ley antisocialista de Bismarck en enero de 1890 y, a resultas de ello, al cabo de un mes el Partido Socialdemócrata obtuvo el doble de votos en las elecciones generales y recibió poco menos del 20 por 100 del total de votos.

Convertir las manifestaciones de masas en un éxito en aquel momento no era difícil, porque tanto los activistas como los militantes ponían el corazón en ellas, a la vez que las masas de trabajadores participaban en ellas para celebrar sus sentimientos de victoria, poder, reconocimiento y esperanza.

La prudencia dictó otra cosa. Pero lo que en realidad consagró el Primero de Mayo fue precisamente la elección del símbolo por encima de la razón práctica. Fue el acto de detener simbólicamente el trabajo lo que convirtió el Primero de Mayo en algo más que otra manifestación u otra conmemoración. Fue en los países o las ciudades donde los partidos, aun contra el parecer de los sindicatos vacilantes, insistieron en la huelga simbólica donde el Primero de Mayo realmente pasó a ser una parte central de la vida de la clase obrera y de la identidad laboral, cosa que en realidad nunca ocurrió en Gran Bretaña, a pesar de su brillante principio. Porque abstenerse de trabajar en un día laborable era a la vez una afirmación del poder obrero -de hecho, la afirmación por excelencia de dicho poder- y la esencia de la libertad, a saber: no verse obligado a trabajar con el sudor de la frente, sino hacer lo que quisieras en compañía de la familia y los amigos. Fue, pues, tanto un gesto de afirmación y de lucha de clase como una fiesta: una especie de avance de la buena vida que llegaría después de la emancipación del trabajo.

Y, por supuesto, en las circunstancias de 1890 fue también una celebración de la victoria, la vuelta de honor que el vencedor da por el estadio. Visto así, el Primero de Mayo llevaba consigo un rico cargamento de emoción y esperanza.

La iconografía del Primero de Mayo, que muy pronto creó sus propias imágenes y simbolismo, está orientada totalmente al futuro. Lo que traería el futuro no estaba nada claro, sólo que sería bueno y llegaría de forma inevitable. Por suerte para él, el Primero de Mayo se convirtió en algo más que una manifestación y una fiesta. En 1890 la democracia electoral todavía era rarísima en Europa, y la reivindicación del sufragio universal no tardó en añadirse a la reivindicación de la jornada de ocho horas y las demás consignas del Primero de Mayo.

Curiosamente, la reivindicación del voto, aunque pasó a ser parte integrante del Primero de Mayo en Austria, Bélgica, Escandinavia, Italia y otros países hasta que se consiguió, nunca formó una parte ex oficio de su contenido político internacional como la jornada de ocho horas y, más adelante, la paz. No obstante, donde era de aplicación se convirtió en parte integrante de la celebración e incrementó en gran medida su significación.